Soy la mujer más ordinaria del mundo, cuando leo lo hago a solas. Con música de fondo o el sonido que hace la gente con la goma de mascar. Cuando leo olvido mi nombre y me sumerjo en el mundo de quien sea que tenga en mis manos, cruzo las calles sin voltear a los lados y apago las luces para que nada me distraiga.
Quiero una cámara fotográfica con capacidad ilimitada de memoria interna. Un libro en blanco, de pasta azul y recuerdos a escala de grises.
Quiero una canasta para salir a recoger margaritas en primavera y hojas muertas en invierno.
Soy la mujer más ordinaria del mundo, desayuno café con leche, a veces hay pan tostado. Le pongo dos cucharadas de azúcar cuando despierto cansada y sin ganas de bromear con mis ojeras.
Si el muchacho de cabello rizado se sienta a mi lado izquierdo le pongo tres, porque el azúcar produce adicción y no hay nada más dulce que su sonrisa. Lo bebo negro cuando tomo una decisión importante y necesito mentalizarme para alguna tarea en especial.
Voy a construir un barco que se hunda entre las olas de su cabello y un avión que viaje por el cielo de su mirada. Tengo una pelota roja que rueda colina abajo y se estrella con un árbol, aparece un pug que la toma entre su hocico y se va corriendo contento.
Soy la mujer más ordinaria del mundo. Leo en el camión que me deja cerca de mi trabajo, maldigo a la gente que se amontona y me tapa la luz. Cargo los libros en las manos porque si me llegan a asaltar quiero que sea lo último que me arrebaten. Dejo un libro en el baño, para cuando no haya comido suficiente fibra y mi intestino batalle para hacer digestión. Escondo otro bajo la almohada, por si las pesadillas me despiertan a mitad de la noche o el monstruo bajo la cama le tiene miedo a la obscuridad.
Me urge un vestido rojo que combine con mis VANS y gire al compás de nuestros pies, mientras bailamos sin música en medio de la calle. Preparo palomitas para sentarnos frente a su ventana y ver al Sol ponerse tantas veces como nuestros labios se habrán de juntar.
Soy la mujer más ordinaria del mundo. Canto a capricho y desafino por placer. Tengo dos pies izquierdos y antes de cocinar veo videos en Youtube. Uso calcetines por la noche para mantener mis pies calientes y nunca dibujo igual el delineado de mis ojos.
Mis manos están frías, las voy a acercar a su espalda. Disculpe, no es con el afán de molestarle pero me encanta sentir su piel erizar. Llevo el cabello suelto, por si el muchacho con cabello largo y rizado quiere aprender a sujetarlo. Mis bragas combinan con mi sostén, por si me pide que me quite la ropa. Mis brazos están abiertos, por si necesita un hogar para dormir.
Soy la mujer más ordinaria del mundo. Escribo envuelta en una cobija que tiene a un lobo gris estampado, la casa huele a sopa de fideo y la lucecita roja del televisor parpadea avisando que aún sigue conectado a la luz. Escribo con tinta negra y hago anotaciones importantes a color azul. Mis libretas son a raya y en las hojas blancas suelo ir hacia arriba, porque es ahí a donde quiero llegar.
Lavé los trastes después de preparar la comida, porque el café no puede esperar y la vajilla nueva pide a gritos que les ponga encima tostadas con pollo. Vamos a la lavandería, tenemos qué estar atentos porque hay un tiempo determinado para poner el jabón, para reírnos de nuestro cabello despeinado y observar las secadoras girar. Es domingo, ya nos pusimos las pijamas y vamos caminando tomados de las manos, compramos verdura, papel higiénico, comida dulcísima y nos damos un millón de besos.
Soy la mujer más ordinaria del mundo. Como, duermo, me aseo. Pienso, soy, desecho. Existo, sobrevivo, vuelo. Canto, cocino, me enojo. Sueño, me quemo, amo. Visto, rasgo, vivo.
Soy la mujer más ordinaria del mundo, estoy en paz y en desacuerdo, a favor y en contra, abajo y (regularmente) arriba. Estoy aquí pero vengo de allá. Voy hacia el norte, giro hacia el sur, doy vuelta a la derecha y no importa a dónde llegue porque soy la mujer más ordinaria del mundo y hasta en mis momentos más rutinarios estás tú.