Hoy desperté antes de lo
acostumbrado por lo que me quedó un poquito más de tiempo para maquillarme a
conciencia y acomodar mi cabello. Me puse un vestido que tiene un estampado de
flores y lleva meses guardado en el armario a raíz de no encontrar el lugar
“adecuado” para usarlo. Satisfecha me miré al espejo, me gustó mucho lo que vi;
me gustó tanto que me lo tuve qué quitar.
Reviso mis cosas antes de
salir y ajusto el largo de mi mochila hasta quedar a la altura de mi cadera,
por si el camión al que me suba está lleno de personas. Bajo el volumen del
celular y lo guardo en mi lapicera, cambio los billetes que cargo de la cartera
a las libretas, los escondo entre las hojas y me felicito mentalmente por ser
tan precavida.
Salgo de la casa y
mientras voy caminando observo a los lados disimuladamente; me tenso un poco,
hay un hombre parado en la esquina, al parecer también espera el camión. Volteo
a mi alrededor y noto que no hay nadie cerca, trazo una ruta de escape por si
llegara a pasar algo y guardo mi distancia con respecto a él. El señor se gira
hacia mí y me saluda con un “¡Buenos días, Aby!”. Dejo salir todo el aire
contenido y le devuelvo el saludo. Solo es mi vecino de al lado.
Subo al camión y comienza
el dilema entre sentarme del lado del pasillo para descender más rápido o junto
a la ventana para evitar los rozones en mi hombro; finalmente decido la orilla,
por temor a que un hombre se siente junto a mí y no se quiera mover cuando
necesite pasar. Poco después una mujer pide permiso y me recorro hacia la
ventana para cederle mi lugar, nos detenemos frente a un semáforo en rojo y observo
el interior de una zapatería.
Sale una mujer a paso
acelerado, se nota que va muy enojada. Al parecer el empleado que la atendió se
pasó de “servicial” y le acarició la pierna, deduzco esto a partir de las
groserías que vocifera. “Vieja ridícula, ni que la hubieran violado”, murmuran
entre ellos un par de hombres que van de pie en el pasillo del camión, los
fulmino con la mirada. ¡Qué estupidez más grande! Ahora resulta que si no tocan
mis genitales o me introducen el pene no cuenta como violación y pueden
manosearme cuanto se les dé la gana.
Al subir al metro me
cuelo entre los espacios mientras busco desesperada a aquel grupito de mujeres
que, sin darnos cuenta, nos acomodamos cerca una de la otra para brindarnos
protección. Esas somos nosotras, con el miedo y el hastío a la rutina de ser
tocadas por desconocidos, esperando con ansias llegar a nuestro destino para no
tener qué soportar la respiración enferma del hombre que va parado atrás.
El tipo de frente recorre
con la mirada a una muchacha que lleva puesto un vestido azul, y dos señoras
murmuran entre sí “Mira cómo se la come con la mirada”, “Sí, pero ella tiene la
culpa por salir así a la calle”. ¿Ella tiene la culpa? ¡El vestido le llega por
debajo de la rodilla y de ninguna manera acentúa su silueta! Y aunque fuera
así, ¿qué tiene eso de malo? Ya imagino lo que hubiesen dicho de mí al ver el
vestido de flores que me probé antes de salir y que tiene una abertura en la
espalda.
Bajo del metro molesta,
como de costumbre; ese tipo de situaciones son parte de mi día a día. Siento
cómo los demás me observan mientras camino hacia la Facultad, escudriñan mi
ropa, mis zapatos, mi cuerpo. No soy una mujer alta de piernas largas, tampoco
soy copa C y mucho menos talla 0. No traigo puesta una minifalda o alguna blusa
con escote. No soy un trozo de carne, no soy una modelo.
No soy una pintura para
que observen con tanta atención. Tampoco soy un objeto que pueda ser juzgado
así como así. No soy la única que lidia con esto a diario, y lo peor es que hay
quienes enfrentan cosas peores.
Algunas gritan por las
que no fueron escuchadas, exigen por las que no recibieron y lloran por las que
ya no están. Ellas nos quieren vivas, yo nos quiero en libertad. Otras quieren
igualdad y yo lo que necesito es respeto. Porque de nada sirve estar viva si
camino con miedo. Si la ropa tiene que cubrirme toda la piel para que “no llame
la atención”, si cuando es de noche llego agitada a casa por haber recorrido el
camino corriendo con temor a que alguien se tope conmigo y se le ocurra usarme
para satisfacer sus “necesidades”.
Porque si alguno de “mis
amigos” se sobrepasa es mi culpa por haber salido con ellos y si me gritan
cosas en la calle es a causa de mi forma de vestir. Porque si me golpean es por
no hacerle caso a mi marido y en lugar de quedarme callada no accedía tener
relaciones sexuales con él. Porque si me incomodan las miradas es que soy una
paranoica y si cuando voy en transporte público alguien se pega a mi cuerpo es
mi culpa por no tener dinero suficiente para irme en taxi. Y si me pagan la
cena estoy obligada a agradecer con un beso, o si bailamos él puede bajar sus
manos más allá de mi cintura y acariciarme todo lo que se le dé la gana.
Porque de nada me sirve
estar viva si no soy libre.
Libre de salir a la calle en blusa de tirantes porque hace un calor infernal, libre de caminar por el parque sin miedo a que me sigan, de salir por la noche e irme a bailar sin estar preocupada por que alguien le haya puesto algo a mi bebida y termine inconsciente en un baño con los calzones en los tobillos.
Libre de salir a la calle en blusa de tirantes porque hace un calor infernal, libre de caminar por el parque sin miedo a que me sigan, de salir por la noche e irme a bailar sin estar preocupada por que alguien le haya puesto algo a mi bebida y termine inconsciente en un baño con los calzones en los tobillos.
Libre de usar tacones y
un vestido de flores con una abertura en la espalda porque me hacen sentir
bonita y que eso no signifique que estoy buscando una pareja. Libre de no
querer volver a salir con el chavo que me invitó a cenar la semana pasada
porque me beso aún y cuando le dije que no quería. Libre de decidir si vamos al
cine o al motel y que no me tachen de “puta” por ello, que a la mitad de un
acto sexual me arrepienta porque mi pareja no trae condón y yo no me quiero
arriesgar. Libre de escribir lo que pienso sin ser juzgada como “ridícula”,
“exagerada” o “feminazi”. Libre de ser exitosa en mi trabajo sin tener que
haberme acostado con mi jefe para conseguir el puesto.
Porque
vivir no significa estar en libertad. Porque ser mujer no debería darme miedo.
Porque a mí no me basta con que estemos vivas, yo nos quiero con libertad.