martes, 19 de septiembre de 2017

Porque vivir no significa estar en libertad.


Hoy desperté antes de lo acostumbrado por lo que me quedó un poquito más de tiempo para maquillarme a conciencia y acomodar mi cabello. Me puse un vestido que tiene un estampado de flores y lleva meses guardado en el armario a raíz de no encontrar el lugar “adecuado” para usarlo. Satisfecha me miré al espejo, me gustó mucho lo que vi; me gustó tanto que me lo tuve qué quitar.
Reviso mis cosas antes de salir y ajusto el largo de mi mochila hasta quedar a la altura de mi cadera, por si el camión al que me suba está lleno de personas. Bajo el volumen del celular y lo guardo en mi lapicera, cambio los billetes que cargo de la cartera a las libretas, los escondo entre las hojas y me felicito mentalmente por ser tan precavida.
Salgo de la casa y mientras voy caminando observo a los lados disimuladamente; me tenso un poco, hay un hombre parado en la esquina, al parecer también espera el camión. Volteo a mi alrededor y noto que no hay nadie cerca, trazo una ruta de escape por si llegara a pasar algo y guardo mi distancia con respecto a él. El señor se gira hacia mí y me saluda con un “¡Buenos días, Aby!”. Dejo salir todo el aire contenido y le devuelvo el saludo. Solo es mi vecino de al lado.
Subo al camión y comienza el dilema entre sentarme del lado del pasillo para descender más rápido o junto a la ventana para evitar los rozones en mi hombro; finalmente decido la orilla, por temor a que un hombre se siente junto a mí y no se quiera mover cuando necesite pasar. Poco después una mujer pide permiso y me recorro hacia la ventana para cederle mi lugar, nos detenemos frente a un semáforo en rojo y observo el interior de una zapatería.
Sale una mujer a paso acelerado, se nota que va muy enojada. Al parecer el empleado que la atendió se pasó de “servicial” y le acarició la pierna, deduzco esto a partir de las groserías que vocifera. “Vieja ridícula, ni que la hubieran violado”, murmuran entre ellos un par de hombres que van de pie en el pasillo del camión, los fulmino con la mirada. ¡Qué estupidez más grande! Ahora resulta que si no tocan mis genitales o me introducen el pene no cuenta como violación y pueden manosearme cuanto se les dé la gana.
Al subir al metro me cuelo entre los espacios mientras busco desesperada a aquel grupito de mujeres que, sin darnos cuenta, nos acomodamos cerca una de la otra para brindarnos protección. Esas somos nosotras, con el miedo y el hastío a la rutina de ser tocadas por desconocidos, esperando con ansias llegar a nuestro destino para no tener qué soportar la respiración enferma del hombre que va parado atrás.
El tipo de frente recorre con la mirada a una muchacha que lleva puesto un vestido azul, y dos señoras murmuran entre sí “Mira cómo se la come con la mirada”, “Sí, pero ella tiene la culpa por salir así a la calle”. ¿Ella tiene la culpa? ¡El vestido le llega por debajo de la rodilla y de ninguna manera acentúa su silueta! Y aunque fuera así, ¿qué tiene eso de malo? Ya imagino lo que hubiesen dicho de mí al ver el vestido de flores que me probé antes de salir y que tiene una abertura en la espalda.
Bajo del metro molesta, como de costumbre; ese tipo de situaciones son parte de mi día a día. Siento cómo los demás me observan mientras camino hacia la Facultad, escudriñan mi ropa, mis zapatos, mi cuerpo. No soy una mujer alta de piernas largas, tampoco soy copa C y mucho menos talla 0. No traigo puesta una minifalda o alguna blusa con escote. No soy un trozo de carne, no soy una modelo.
No soy una pintura para que observen con tanta atención. Tampoco soy un objeto que pueda ser juzgado así como así. No soy la única que lidia con esto a diario, y lo peor es que hay quienes enfrentan cosas peores.
Algunas gritan por las que no fueron escuchadas, exigen por las que no recibieron y lloran por las que ya no están. Ellas nos quieren vivas, yo nos quiero en libertad. Otras quieren igualdad y yo lo que necesito es respeto. Porque de nada sirve estar viva si camino con miedo. Si la ropa tiene que cubrirme toda la piel para que “no llame la atención”, si cuando es de noche llego agitada a casa por haber recorrido el camino corriendo con temor a que alguien se tope conmigo y se le ocurra usarme para satisfacer sus “necesidades”.
Porque si alguno de “mis amigos” se sobrepasa es mi culpa por haber salido con ellos y si me gritan cosas en la calle es a causa de mi forma de vestir. Porque si me golpean es por no hacerle caso a mi marido y en lugar de quedarme callada no accedía tener relaciones sexuales con él. Porque si me incomodan las miradas es que soy una paranoica y si cuando voy en transporte público alguien se pega a mi cuerpo es mi culpa por no tener dinero suficiente para irme en taxi. Y si me pagan la cena estoy obligada a agradecer con un beso, o si bailamos él puede bajar sus manos más allá de mi cintura y acariciarme todo lo que se le dé la gana.
Porque de nada me sirve estar viva si no soy libre.
Libre de salir a la calle en blusa de tirantes porque hace un calor infernal, libre de caminar por el parque sin miedo a que me sigan, de salir por la noche e irme a bailar sin estar preocupada por que alguien le haya puesto algo a mi bebida y termine inconsciente en un baño con los calzones en los tobillos.
Libre de usar tacones y un vestido de flores con una abertura en la espalda porque me hacen sentir bonita y que eso no signifique que estoy buscando una pareja. Libre de no querer volver a salir con el chavo que me invitó a cenar la semana pasada porque me beso aún y cuando le dije que no quería. Libre de decidir si vamos al cine o al motel y que no me tachen de “puta” por ello, que a la mitad de un acto sexual me arrepienta porque mi pareja no trae condón y yo no me quiero arriesgar. Libre de escribir lo que pienso sin ser juzgada como “ridícula”, “exagerada” o “feminazi”. Libre de ser exitosa en mi trabajo sin tener que haberme acostado con mi jefe para conseguir el puesto.
Porque vivir no significa estar en libertad. Porque ser mujer no debería darme miedo. Porque a mí no me basta con que estemos vivas, yo nos quiero con libertad.