Voy a empezar a escribirte como sólo sabemos hacerlo las personas rotas: Llena de preguntas a las que muy seguramente no les encontraré respuestas.
Hace veintisiete días que decidiste no estar. Y sin embargo han pasado veintisiete días en los que más te he llevado conmigo. Me gustaría saber cómo estás, qué cenaste hoy, si te va bien en la escuela, cuando irás a cortarte el cabello y cómo es que terminé fumando a escondidas en la cocina de mi casa a las cuatro de la mañana escribiendo esta maldita nota en el celular. Por qué no te siento respirar cerca de mi pecho con los pies enredados en los míos bajo la sábana. En qué momento pasé de buscar recetas para cocinarte a perder el apetito y obligarme a comer para no terminar mareada en el camino al trabajo. Cómo es que nuestro plan dominical de no hacer nada y pasarla en la cama escuchando un podcast se canceló de un día para otro. Me estoy mordiendo las manos para no escribirte, intenté borrar tu número para no llamarte y hasta me teñí el cabello para ya no verme al espejo y recordar qué es lo que te gustaba de mí. Pero es que nada de eso funciona. Porque cada palabra me recuerda a ti: recuerdo, abrazo, infierno, epifanía, caricia, futuro, deseo, sonrisa, azul, viaje, despedida, hogar, película, espíritu, pasado, cura, mariposa, dolor...
No hace falta que te diga que te extraño, que me dueles, que te necesito y que no hay día que pase en qué yo no recuerde algo bonito de ti. No hace falta que me humille y te pida perdón. No hace falta que finja fortaleza, conciencia, madurez ni serenidad. No hace falta que acepte mis errores y mucho menos que enfatice los tuyos. No hace falta que te piense, que te llore, que te cante desde lejos y pida a Dios por tu bienestar. Ni hace falta que deseé que te vaya bien y te quieran como mereces. Que encuentre alguien que me dé lo que necesito y mucho menos que crea que algún día te voy a dejar de sentir. Porque lo que a mí me falta eres tú. Y lo que tú buscas no soy yo.
Quiero saber cómo fue que se acabó, en qué momento dejé de importar y qué te da alguien más que yo no haya intentado. Si en mi cabeza aún es Año Nuevo y brindamos con deseos de bonanza para los dos, estamos abrazados en un concierto la canción de un pato que desafina, vamos corriendo por las avenidas empapados por la lluvia al salir del cine, estamos semidesnudos grabándonos diciendo lo que haremos en cinco años, vamos en el coche cantando canciones de Molotov, nos escondemos en las cabinas de un cibercafé para darnos besos de niños, nos rasguñamos la espalda hasta que llega el amanecer, cocinamos pozole a las seis de la mañana y damos vueltas en la rueda de un parque mientras contamos nuestros miedos. En mi memoria apareces con pizza y flores en mi puerta, te escribo un libro con veinte razones para amarte por tu filia al cine, aparece una taza con la cara del principito y pego globos de stormtroopers en tu recámara antes de que llegues.
Te observo al filo de la butaca cuando comienza Whiplash y me abrazas fuerte cuando Tristeza está a punto de rendirse, le pongo 2 cucharadas de azúcar a tu café y me das de comer en la boca cuando estoy resfriada. En mis recuerdos aún es verano y te burlas porque me da miedo nadar, escogemos un disfraz divertido para utilizar en Halloween y cenamos pan de muerto como si fuese un ritual. Duermes abrazado a mis piernas, me lees un poema a mitad de la noche, cantas una canción cerquita de mi oído, me escribes una carta llena de faltas de ortografía, imprimes la imagen de un pug para que la vea cuando algún cliente me hace enojar, me desenredas el cabello durante una hora entera y me relatas con orgullo tus peores chistes. Y entonces estoy yo, a mitad de la guardia pegando fotografías en un intento de rollo de película antigua, con un pastel en forma de pepino rogando a Dios que el camión no vuelva a chocar, escogiendo unos zapatos que hagan juego con tu mirada, llevándote un café al trabajo antes de irme a clase, abrazándote fuerte cuando todo a tu alrededor parece colapsar, tomando tu mano y jurando que tus abuelos se pondrán bien, sintiéndome orgullosa porque aprobaste el examen y dándote mi fuerza entera para que la prueba médica no defina nuestro futuro. Y es que al final no importa cómo es que te vea, me vea o nos vea. Porque eso quedó atrás. Porque ya te fuiste. Porque no vas a volver. Porque me he quedado sola, en la cocina, fumando a escondidas a las cuatro de la mañana; escribiendo una estúpida nota con preguntas que no podré responder jamás.