Todavía no nacía y tú ya me estabas protegiendo, me nutrías, me dabas calor y mucha seguridad con cada uno de tus actos. Y aunque estoy segura que, por fuera, morías de miedo, en tu interior no hacías más que fabricarme un edén en el que ninguna fruta estaba prohibida.
Hoy me cuentas, entre risas, las veces que te quedaste dormida alimentándome y terminé empapada de leche, lo desagradable que era cambiarme los pañales, lo tedioso que fue explicarme el por qué de las cosas, lo incómodo que era justificar mi comportamiento cuando molestaba a alguien más, lo molesto que fue leerme cada uno de los anuncios que encontraba por la calle cuando empezaba a aprender, lo triste de todas las veces que te grité y te dije que ya no te quería. Y entre bromas y reclamos descubro todo aquello en lo que fallaste, todos los errores que cometiste y que hoy nos traen hasta aquí.
No eres perfecta, y es gracias a ello que sabes tanto y a la vez tan poco. Porque te construyes día con día y me transmites aquellas cosas que debo observar con más atención o a las cuales me tengo que alejar.
No eres la mejor, ni la peor, ni la más, ni la menos. Eres tú.
Eres tú adueñándote de ti, forjándote para tus hijos y haciéndonos tuyos a la vez. Y es que no eres la mejor ni la peor porque en el amor no existe eso, el amor solo es. Y tu amor por los demás no tiene comparación alguna. Porque me amas por lo que soy, me amas porque soy; a pesar de mis errores y caídas, de mis críticas negativas y mis arrebatos en ti contra. Tu amor por mí significa dicha, tranquilidad, calidez, oportunidades y no tengo qué pedirlo, tampoco merecerlo porque esa no es tu intención; y a pesar de ello lo agradezco, lo disfruto y lo reclamo como mío porque no hay nadie como tú.
Y aunque podría escribirte una enciclopedia entera o qué la vida se me vaya hablando de ti y las cosas que me has enseñado prefiero caminar a tu lado, abrazarte y decirte que no quiero que seas mejor que nadie, que a pesar de todo yo siempre preferiré que simplemente seas tú.