Por primera vez en mucho tiempo no tengo ni puta idea de qué
es lo que voy a escribir.
La psicología dice que tengo que enojarme contigo y yo sigo
justificándote como si fueras un ser celestial del cual me enamoré, pero es que
¿por qué habría de estar enojada contigo? Porque irte fue una de las mejores decisiones que tomaste en años y, para ser sincera, yo tampoco me hubiera quedado conmigo.
Me toca repartir las rebanadas de este pastel llamado “vida”
y voy a empezar por las cosas buenas. Partiendo de que me he pasado la semana entera huyendo para no escribir ese mensaje que no te he de enviar,
evitando imaginar esa conversación que definitivamente no tendremos nunca, me siento frente a una pantalla sucia y comienzo a teclear.
Quiero escribirte muchas cosas, desatar todos los nudos que llevo en la garganta y explicarte lo mucho que me dueles todavía, pero bien sabes que yo solo escribo en este blog telarañoso cuando vengo a despedirme y si de algo esto segura es que yo todavía no te quiero sacar de aquí. Me tiemblan las manos y se me acelera el pecho al pensar que cuando termine estas lineas ya no habrá nada más de ti. Aún no estoy lista para soltarte, prefiero seguir siendo la tonta que espera un mensaje diciendo “te extraño, vamos a hablar”, pero mi lado racional tiene la razón y está consciente
de que no pasará.
Apareciste justo cuando empezó a llover, todo estaba turbio
dentro y fuera de mí. Había perdido mi casa, estaba por comenzar una batalla
legal contra el hombre que me mantuvo durante 19 años, perdí mi trabajo
por una estupidez y la pareja que tenía estaba a punto de salir corriendo a los
brazos de alguien con menos tormenta en su interior, después de haber pasado casi cinco años juntos. Y
es que yo no escogí ser así, yo no elegí que mi vida se volviera difícil y tener
que enfrentarme a cosas de las que cualquiera saldría corriendo, y te lo
advertí justo antes de empezar, cuando aún estábamos a tiempo de evitar lo que
ambos sabíamos llegaría a su fin. Siempre te dije que yo era así, terca rejega
y obstinada, perfeccionista molesta, de esas que no se rinden fácil y les busca solución
a las cosas, de las que les dan la cara a las injusticias y las enfrenta
gritando y con mirada férrea. Y a pesar de ello me pediste permiso para entrar
y cedí; a tropezones, regañadientes y con la guardia alta te dejé entrar.
Nunca supe cómo, pero al poco tiempo ya estaba en tu sala
despeinada y con los ojos hinchados de rabia, contándote cosas que nadie más
sabía sobre mí. Empezando por dejar que me vieras llorar al colgar el teléfono
y maldecir a un hombre al que no conociste y del que yo nunca me podré librar. Estaba yo a media noche, tirada en el suelo diciéndote que tenía
miedo, que estaba cansada de ser fuerte y suplicándote que me dejaras caer una
vez, que me abrazaras hasta que me venciera
el sueño de tanto llorar y me concedieras el permiso de mostrarme débil frente a un espejo. No tengo idea de cómo, pero de pronto ya me aferraba a tu pecho totalmente desnuda,
siendo la persona más pequeña y frágil que he conocido, totalmente a tu merced.
De la nada aparecí junto a la mesa suplicándote que no te fueras, que no me
dejaras, totalmente nerviosa y fuera de mí porque tenía miedo, porque a pesar
de que nunca me cuidaste como quería siempre supiste recordarme lo resiliente
que soy.
Recuerdo la primera vez que peleamos, tú te la pasabas
platicando con la tipa nueva en el trabajo, y ella te coqueteaba sin pudor ni
decencia, pero nosotros ya éramos novios. Y me sentí tan estúpida, enojada,
traicionada y tan poco valorada. Porque en mi cabeza así hablabas con todas y
yo había sido una de ellas, y lo que me molestaba no era tu actitud sino mi maldita
confianza, el haberme abierto un poco con alguien a quien acababa de conocer y
que de la nada ya sabía que mi papá me había golpeado, me había quedado sin
trabajo y necesitaba dinero para ayudar a mi mamá a mantener a mis hermanos y a
mí, sin contar los gastos de la escuela. Esa fue la primera vez que me disculpe
contigo, por mi comportamiento “irracional”, mi desconfianza, mi actitud insolente
y mis aparentes celos.
Recuerdo cada una de
nuestras peleas, todas iniciadas por mí y los lapsos de crisis existencial en
que me sentía amenazada y terminaba haciendo un drama por cualquiera de tus
errores. Por no exigirle el sueldo a tu jefe, por no responderle a tu mamá con
lo que en verdad pensabas, por no insistir en el trabajo en el que no te daban
respuesta, por no preguntarle bien al médico las indicaciones y
contraindicaciones de tu tratamiento, por olvidar en tu casa la papelería
necesaria para tu inscripción, por no prestarme atención cuando comíamos, por
llegar tarde a nuestras citas, por quejarte de tu vida aún y cuando tenías todo
lo realmente necesario para salir adelante, por pensar que no valías la pena y
que yo en realidad no te merecía.
Y quizás tenías
razón. Yo no merecía que llegarás justo cuando me acaban de romper; no debiste aparecer
cuando regresaba a la escuela y decidí invertir mi tiempo y energía en una
relación amorosa en lugar de seguir el sueño que siempre tuve desde niña. No
debiste aparecer y hacerme elegir entre mi carrera y tú, porque al menos con la
carrera yo estaba segura de que si terminaba era mi elección, y así fue. Le
dejé para estar contigo. Renuncié a lo que más quise durante toda mi vida para crear
una estúpida historia que hoy solo recuerdo con nostalgia y dolor. Estuve
pensando mucho en ti y creo que tenías razón.
No te merecía, porque yo siempre había estado segura dentro
de mí, siendo yo contra el mundo y nunca me había fallado, porque jamás
necesité de alguien y tú menos que nadie debías ser el primero. Porque cuando ya
tenía todo planeado tú llegaste a cambiar hasta el último detalle, desde mi día
a día hasta el maldito color de cabello que traigo hoy. No te merecía, porque
yo siempre fui suficiente, incontrolable, capaz, inteligente, perspicaz,
insaciable, fuerte, impaciente, incomprensible y segura de mí, y desde que tú
llegaste me convertí en alguien insuficiente, predecible, incapaz, absurda,
distraída, conformista, débil, vulnerable, resignada e insegura. Yo no te
merecía, nunca debí cargar con tus penas, con tus miedos, con tus
inseguridades. Nunca debí darte mi fuerza, mis ganas de salir adelante, mi
coraje para afrontar las cosas, porque siempre supe que si lo hacía no lo
tendría de vuelta y hoy estoy aquí sin nada.
Yo no merecía que te llevaras todo; no merecía llorar por
las noches pensando en cómo le iba a hacer al día siguiente para sacarte una
sonrisa y hacer que salieras de la cama a pesar de esa horrible depresión que te pegó durante meses, ni pasar las tardes enteras buscando
un trabajo para ti en el que te quedara tiempo para hacer cualquier otra cosa
aún y no fuera estar conmigo, no merecía convencerte de que eras capaz de
estudiar algo en lo que eras bueno para después lograr dedicarte a lo que
realmente te apasionaba.
No merecía dormir 2 horas, levantarme a cocinar algo para
los dos, descuidar mi trabajo por hacerte un estúpido regalo lleno de fotografías
que seguro se están pudriendo en algún basurero, ni enfrentar a tu familia
entera y defenderte cada que me hablaban mal de ti, no merecía pelear con la
mía por la misma razón, ni sentirme vacía y que, al querer que me abrazaras, descubrir que tú estabas triste también, para terminar tragándome todo lo que sentía y así poder consolarte. No te merecía roto, lleno de dudas, miedos, viéndome como algo
inalcanzable y superior a ti, no te merecía llorando en mi cama a fin de año
suplicando que no terminara con la relación y te diera otra oportunidad, ni
brindar contigo y tu familia escuchando sus invitaciones a las siguientes fiestas,
no merecía haber visto tus películas favoritas y que tú ni siquiera abrieras
los libros que te prestaba, ni que al preguntarte cómo estabas me dijeras
“bien” y le contaras a alguien más que no sabías ni por dónde seguir, ni que camináramos
tomados de las manos mientras le sonreías a alguien más que te escribía por
whatsapp.
No merecía que, en nuestro aniversario, en nuestro puto
aniversario hablaras con alguien que un día dijiste “te caía súper mal” y con
la que corriste tan pronto y me dejaste en la puerta del salón hecha polvo. No
merecía tanta hostilidad y reclamos idiotas que ni siquiera son verdad. Ni que me
devolvieras las cosas en una bolsa y te retiraras como si aquello fueran solo objetos. No
merecía verte en la escuela y que desviaras la mirada como si no me conocieras, como si no hubiéramos pasado noches enteras desnudos hablando
de lo que haríamos en el futuro y creando un montón de historias que jamás se
habrán de cumplir. No merecía que te fueras con alguien que no es mejor que yo,
que cumplieras todos nuestros planes junto a ella y la llevaras a los mismos
lugares que a mí. No te merecía, no te merezco.
Y a pesar de todo no imaginas cuánto te agradezco la
oportunidad, la ayuda y los malestares porque después de eso me descubrí capaz,
fuerte e invencible de una forma que ya no parte del coraje o el orgullo, sino
de la comprensión y el amor. Hoy me puedo abrazar cuando me duele, y me dejo
llorar cuando estoy triste, me descubro riendo a solas y me digo lo bonita que
me veo frente al espejo. Gracias a ti descubrí quienes son mis verdaderos
amigos, la forma en la que me apoyan y lo que están dispuestos a hacer por mí.
Descubrí que hay muchas cosas que me gustan más que ir al cine o tomar café en
un Starbucks, que la comida me queda rica, aunque solo cocine para mí y que no
está mal si lo hago en un comedor con 5 sillas vacías a mi alrededor.
Te agradezco, por tanto, agradezco tanto no merecerte y que
no estés. Que te hayas ido de esa forma tan nefasta, que me hayas roto
como nunca, que hayas traicionado mi confianza, que no valoraras todo el tiempo
que te dediqué y las cosas que hice por ti, que olvidaras todos los buenos
momentos que pasamos y borraras las fotos que pudieran recordártelos, que me
hayas sacado de un día para otro y fingieras no saber si me amabas o no. Yo te
amo, aún lo hago a pesar de todo. Y no lo merezco, no merezco amarte así,
preocuparme por ti, pensar en si te hiciste o no la cirugía, en cómo están tus
abuelos, en si has sacado a pasear a tu perro o si pasaste todas tus materias
en primera oportunidad. No merezco querer saberte bien y contarte las cosas
maravillosa que me han pasado desde que te fuiste, no merezco querer mostrarte
todo lo que he aprendido de mí y de los demás, los lugares que he visitado y la
gente que conocí. No merezco este amor, no merezco que sigas aquí.
Por eso es que hoy te dejo ir, no desde el orgullo como lo
intenté hacer el primer mes, no desde la tristeza como en el segundo, no desde
la resignación como el tercero, no desde el miedo como en el cuarto y mucho menos
desde la culpabilidad como el mes anterior.
Hoy te voy a soltar desde el amor
que siento por ti y que no merezco. Te dejo ir desde lo más hondo de mi ser que
desea que estés bien, que te vaya bien, que tu vida mejore, que hayas aprendido
a defenderte tal como te intenté enseñar y un poco mejor, que con quien sea que estés te
cuide tanto y mejor de lo que yo hice, que te abracen cuando lo necesites y
sobre todo que te merezcan. Desde el fondo deseo que estés con alguien que te
merezca con todo y tus defectos, porque yo no lo fui y a pesar de que aún
desearía volverlo a intentar cada vez me doy cuenta de que tenías razón y yo no
soy esa persona. Porque me
estoy construyendo desde las ruinas y si antes parecía estar muy en alto y ser “inalcanzable”
para alguien como tú ahora estaré sobre las nubes y ya no es tiempo de que voltee
mi mirada hacia abajo y mucho menos sobre mi hombro, porque según el dicho “Pa´
atrás ni pa´ agarrar vuelo¨ y yo ya empecé a volar.