lunes, 9 de julio de 2018

Pa´atrás ni pa´agarrar vuelo.


Por primera vez en mucho tiempo no tengo ni puta idea de qué es lo que voy a escribir.
La psicología dice que tengo que enojarme contigo y yo sigo justificándote como si fueras un ser celestial del cual me enamoré, pero es que ¿por qué habría de estar enojada contigo? Porque irte fue una de las mejores decisiones que tomaste en años y, para ser sincera, yo tampoco me hubiera quedado conmigo.

Me toca repartir las rebanadas de este pastel llamado “vida” y voy a empezar por las cosas buenas. Partiendo de que me he pasado la semana entera huyendo para no escribir ese mensaje que no te he de enviar, evitando imaginar esa conversación que definitivamente no tendremos nunca, me siento frente a una pantalla sucia y comienzo a teclear.
Quiero escribirte muchas cosas, desatar todos los nudos que llevo en la garganta y explicarte lo mucho que me dueles todavía, pero bien sabes que yo solo escribo en este blog telarañoso cuando vengo a despedirme y si de algo esto segura es que yo todavía no te quiero sacar de aquí. Me tiemblan las manos y se me acelera el pecho al pensar que cuando termine estas lineas ya no habrá nada más de ti. Aún no estoy lista para soltarte, prefiero seguir siendo la tonta que espera un mensaje diciendo “te extraño, vamos a hablar”, pero mi lado racional tiene la razón y está consciente de que no pasará.

Apareciste justo cuando empezó a llover, todo estaba turbio dentro y fuera de mí. Había perdido mi casa, estaba por comenzar una batalla legal contra el hombre que me mantuvo durante 19 años, perdí mi trabajo por una estupidez y la pareja que tenía estaba a punto de salir corriendo a los brazos de alguien con menos tormenta en su interior, después de haber pasado casi cinco años juntos. Y es que yo no escogí ser así, yo no elegí que mi vida se volviera difícil y tener que enfrentarme a cosas de las que cualquiera saldría corriendo, y te lo advertí justo antes de empezar, cuando aún estábamos a tiempo de evitar lo que ambos sabíamos llegaría a su fin. Siempre te dije que yo era así, terca rejega y obstinada, perfeccionista molesta, de esas que no se rinden fácil y les busca solución a las cosas, de las que les dan la cara a las injusticias y las enfrenta gritando y con mirada férrea. Y a pesar de ello me pediste permiso para entrar y cedí; a tropezones, regañadientes y con la guardia alta te dejé entrar.

Nunca supe cómo, pero al poco tiempo ya estaba en tu sala despeinada y con los ojos hinchados de rabia, contándote cosas que nadie más sabía sobre mí. Empezando por dejar que me vieras llorar al colgar el teléfono y maldecir a un hombre al que no conociste y del que yo nunca me podré librar. Estaba yo a media noche, tirada en el suelo diciéndote que tenía miedo, que estaba cansada de ser fuerte y suplicándote que me dejaras caer una vez, que me abrazaras hasta que me venciera el sueño de tanto llorar y me concedieras el permiso de mostrarme débil frente a un espejo. No tengo idea de cómo, pero de pronto ya me aferraba a tu pecho totalmente desnuda, siendo la persona más pequeña y frágil que he conocido, totalmente a tu merced. De la nada aparecí junto a la mesa suplicándote que no te fueras, que no me dejaras, totalmente nerviosa y fuera de mí porque tenía miedo, porque a pesar de que nunca me cuidaste como quería siempre supiste recordarme lo resiliente que soy.

Recuerdo la primera vez que peleamos, tú te la pasabas platicando con la tipa nueva en el trabajo, y ella te coqueteaba sin pudor ni decencia, pero nosotros ya éramos novios. Y me sentí tan estúpida, enojada, traicionada y tan poco valorada. Porque en mi cabeza así hablabas con todas y yo había sido una de ellas, y lo que me molestaba no era tu actitud sino mi maldita confianza, el haberme abierto un poco con alguien a quien acababa de conocer y que de la nada ya sabía que mi papá me había golpeado, me había quedado sin trabajo y necesitaba dinero para ayudar a mi mamá a mantener a mis hermanos y a mí, sin contar los gastos de la escuela. Esa fue la primera vez que me disculpe contigo, por mi comportamiento “irracional”, mi desconfianza, mi actitud insolente y mis aparentes celos.

 Recuerdo cada una de nuestras peleas, todas iniciadas por mí y los lapsos de crisis existencial en que me sentía amenazada y terminaba haciendo un drama por cualquiera de tus errores. Por no exigirle el sueldo a tu jefe, por no responderle a tu mamá con lo que en verdad pensabas, por no insistir en el trabajo en el que no te daban respuesta, por no preguntarle bien al médico las indicaciones y contraindicaciones de tu tratamiento, por olvidar en tu casa la papelería necesaria para tu inscripción, por no prestarme atención cuando comíamos, por llegar tarde a nuestras citas, por quejarte de tu vida aún y cuando tenías todo lo realmente necesario para salir adelante, por pensar que no valías la pena y que yo en realidad no te merecía.
 Y quizás tenías razón. Yo no merecía que llegarás justo cuando me acaban de romper; no debiste aparecer cuando regresaba a la escuela y decidí invertir mi tiempo y energía en una relación amorosa en lugar de seguir el sueño que siempre tuve desde niña. No debiste aparecer y hacerme elegir entre mi carrera y tú, porque al menos con la carrera yo estaba segura de que si terminaba era mi elección, y así fue. Le dejé para estar contigo. Renuncié a lo que más quise durante toda mi vida para crear una estúpida historia que hoy solo recuerdo con nostalgia y dolor. Estuve pensando mucho en ti y creo que tenías razón.

No te merecía, porque yo siempre había estado segura dentro de mí, siendo yo contra el mundo y nunca me había fallado, porque jamás necesité de alguien y tú menos que nadie debías ser el primero. Porque cuando ya tenía todo planeado tú llegaste a cambiar hasta el último detalle, desde mi día a día hasta el maldito color de cabello que traigo hoy. No te merecía, porque yo siempre fui suficiente, incontrolable, capaz, inteligente, perspicaz, insaciable, fuerte, impaciente, incomprensible y segura de mí, y desde que tú llegaste me convertí en alguien insuficiente, predecible, incapaz, absurda, distraída, conformista, débil, vulnerable, resignada e insegura. Yo no te merecía, nunca debí cargar con tus penas, con tus miedos, con tus inseguridades. Nunca debí darte mi fuerza, mis ganas de salir adelante, mi coraje para afrontar las cosas, porque siempre supe que si lo hacía no lo tendría de vuelta y hoy estoy aquí sin nada.
Yo no merecía que te llevaras todo; no merecía llorar por las noches pensando en cómo le iba a hacer al día siguiente para sacarte una sonrisa y hacer que salieras de la cama a pesar de esa horrible depresión que te pegó durante meses, ni pasar las tardes enteras buscando un trabajo para ti en el que te quedara tiempo para hacer cualquier otra cosa aún y no fuera estar conmigo, no merecía convencerte de que eras capaz de estudiar algo en lo que eras bueno para después lograr dedicarte a lo que realmente te apasionaba.

No merecía dormir 2 horas, levantarme a cocinar algo para los dos, descuidar mi trabajo por hacerte un estúpido regalo lleno de fotografías que seguro se están pudriendo en algún basurero, ni enfrentar a tu familia entera y defenderte cada que me hablaban mal de ti, no merecía pelear con la mía por la misma razón, ni sentirme vacía y que, al querer que me abrazaras, descubrir que tú estabas triste también, para terminar tragándome todo lo que sentía y así poder consolarte. No te merecía roto, lleno de dudas, miedos, viéndome como algo inalcanzable y superior a ti, no te merecía llorando en mi cama a fin de año suplicando que no terminara con la relación y te diera otra oportunidad, ni brindar contigo y tu familia escuchando sus invitaciones a las siguientes fiestas, no merecía haber visto tus películas favoritas y que tú ni siquiera abrieras los libros que te prestaba, ni que al preguntarte cómo estabas me dijeras “bien” y le contaras a alguien más que no sabías ni por dónde seguir, ni que camináramos tomados de las manos mientras le sonreías a alguien más que te escribía por whatsapp.

No merecía que, en nuestro aniversario, en nuestro puto aniversario hablaras con alguien que un día dijiste “te caía súper mal” y con la que corriste tan pronto y me dejaste en la puerta del salón hecha polvo. No merecía tanta hostilidad y reclamos idiotas que ni siquiera son verdad. Ni que me devolvieras las cosas en una bolsa y te retiraras como si aquello fueran solo objetos. No merecía verte en la escuela y que desviaras la mirada como si no me conocieras, como si no hubiéramos pasado noches enteras desnudos hablando de lo que haríamos en el futuro y creando un montón de historias que jamás se habrán de cumplir. No merecía que te fueras con alguien que no es mejor que yo, que cumplieras todos nuestros planes junto a ella y la llevaras a los mismos lugares que a mí. No te merecía, no te merezco.


 No te merecía, no te merezco. Tenías toda la razón.
Y a pesar de todo no imaginas cuánto te agradezco la oportunidad, la ayuda y los malestares porque después de eso me descubrí capaz, fuerte e invencible de una forma que ya no parte del coraje o el orgullo, sino de la comprensión y el amor. Hoy me puedo abrazar cuando me duele, y me dejo llorar cuando estoy triste, me descubro riendo a solas y me digo lo bonita que me veo frente al espejo. Gracias a ti descubrí quienes son mis verdaderos amigos, la forma en la que me apoyan y lo que están dispuestos a hacer por mí. Descubrí que hay muchas cosas que me gustan más que ir al cine o tomar café en un Starbucks, que la comida me queda rica, aunque solo cocine para mí y que no está mal si lo hago en un comedor con 5 sillas vacías a mi alrededor.

Te agradezco, por tanto, agradezco tanto no merecerte y que no estés. Que te hayas ido de esa forma tan nefasta, que me hayas roto como nunca, que hayas traicionado mi confianza, que no valoraras todo el tiempo que te dediqué y las cosas que hice por ti, que olvidaras todos los buenos momentos que pasamos y borraras las fotos que pudieran recordártelos, que me hayas sacado de un día para otro y fingieras no saber si me amabas o no. Yo te amo, aún lo hago a pesar de todo. Y no lo merezco, no merezco amarte así, preocuparme por ti, pensar en si te hiciste o no la cirugía, en cómo están tus abuelos, en si has sacado a pasear a tu perro o si pasaste todas tus materias en primera oportunidad. No merezco querer saberte bien y contarte las cosas maravillosa que me han pasado desde que te fuiste, no merezco querer mostrarte todo lo que he aprendido de mí y de los demás, los lugares que he visitado y la gente que conocí. No merezco este amor, no merezco que sigas aquí.

Por eso es que hoy te dejo ir, no desde el orgullo como lo intenté hacer el primer mes, no desde la tristeza como en el segundo, no desde la resignación como el tercero, no desde el miedo como en el cuarto y mucho menos desde la culpabilidad como el mes anterior.
Hoy te voy a soltar desde el amor que siento por ti y que no merezco. Te dejo ir desde lo más hondo de mi ser que desea que estés bien, que te vaya bien, que tu vida mejore, que hayas aprendido a defenderte tal como te intenté enseñar y un poco mejor, que con quien sea que estés te cuide tanto y mejor de lo que yo hice, que te abracen cuando lo necesites y sobre todo que te merezcan. Desde el fondo deseo que estés con alguien que te merezca con todo y tus defectos, porque yo no lo fui y a pesar de que aún desearía volverlo a intentar cada vez me doy cuenta de que tenías razón y yo no soy esa persona. Porque me estoy construyendo desde las ruinas y si antes parecía estar muy en alto y ser “inalcanzable” para alguien como tú ahora estaré sobre las nubes y ya no es tiempo de que voltee mi mirada hacia abajo y mucho menos sobre mi hombro, porque según el dicho “Pa´ atrás ni pa´ agarrar vuelo¨ y yo ya empecé a volar.