domingo, 28 de abril de 2013

Distancia.

Estar lejos de él, me enseña a mirar profundamente hacia esos recovecos de la vida a los cuales jamás había prestado atención, y que, para mi sorpresa, tienen mucho que ofrecer. A mí, en particular, se me ha otorgado la enorme virtud de saber esperar. Pero no se me ha dado en su totalidad, sino que ha sido poco a poco, para no ahogarme de un sólo golpe, quizá.


No tengo prisa, parecería que miento, pero en realidad no la tengo. Y aunque me comen las ganas de estar mirándole todo el tiempo, estoy aprendiendo mucho desde este lado, pues se sabe de sobra, que jamás me voy de ningún sitio sin absorber todo lo que tenga que ofrecerme.


Aquí, la vida platica conmigo. Me dice escúchame y claro, la escucho. Tal vez jamás había tenido la necesidad de poner atención, tal vez jamás había deseado tanto estar justo en el lugar que me hace sentir que lo soy todo. Quizá sea eso; he sido una viajera, he ido y venido como se me ha venido en gana, me ha valido tres cuartos de mierda el equipaje, pero ahora cargo con algo que quiero cuidar y guardo delicadamente en el bolsillo derecho de mi alma: el amor.


Encontrar el amor es algo como encontrar una moneda brillante sobre la banqueta, no les sucede a todos, sólo a aquellos que miran justo donde deben, en el momento que deben. Yo encontré mi moneda.

Jodida distancia, eres esa que me ha hecho guardar la moneda tan sólo por un pequeño tiempo, para ahorrarla, hacerla crecer antes de gastarla, y poder así tener una inversión de por vida. Y sin embargo, sólo quiero gastar y gastar, porque para eso es, pero aún no, espera, hazla crecer un poco, dice ella. Y entonces, saber que está ahí, me alivia, aspiro el viento y me abraza, vivo más intensamente cada vez que le pienso, cada vez que cualquier pequeño pedazo de vida me acerca a él.



¿Cuál es la prisa? Ninguna, pero de pronto, me encuentro mareada por los giros que da la vida y lo único que me impide vomitar es amarlo, él me da control, y es entonces que puedo detenerme a respirar y comenzar a caminar y bailar dando vueltas. Sí, uno debe bailar con la vida, de no ser así, te atropella y todo pierde sentido. Lo mejor de todo es que bailamos juntos, eso ni dudarlo. Y la vida es la más deliciosa de todas cuando se vuelve un tango.


No soy impaciente.
Sí, lo soy.
No. Pero si se trata de sus manos es imposible no serlo.


Te espera una vida, tranquila, espera.
Y de pronto, mágicamente, el amor me da paciencia, y voy con el tiempo, lo escucho, leo la vida, su amor me arropa, y todo es bella y raramente sencillo.

Porque como lo he dicho antes: la única distancia que existe es la ausencia, el resto son sólo kilómetros.


(http://redbrokenmoon.blogspot.mx/)