Tengo una petición qué hacerle, suena un tanto egoísta pero mi cuerpo necesita que usted lo sepa.
La próxima vez que esté conmigo, en la siguiente ocasión que me vea... Hágame suya.
Desde el momento en que cruce la puerta, desvístame con la mirada. Tómeme de las manos y cruce sus dedos entre los míos. Roce mi mejilla suavente y sonríame. Béseme lento, suave y con tanta precisión que olvide el ritmo regular de mi respiración.
Lléveme a la cocina, prepare un café y cuénteme alguna historia que hable de amaneceres.
¡No me suelte! Haga lo que haga no deje de abrazarme, de acariciarme el rostro y mucho menos de gritarme lo mucho que me quiere en cada uno de sus parpadeos.
Lléveme a la cama, no pregunte si quiero estar ahí, sólo hágalo. Yo quiero hacer con usted lo que la lluvia le hace a mi ventana.
Desnúdeme lento, muy lento y no pronuncie palabra alguna. No quiero escuchar su voz porque me distrae, tan solo quiero sentir sus largas manos acariciando mi piel. No me hable, use su boca para besar cada uno de los 73 lunares que hay en mi cuerpo ¿no me cree? Cuéntelos, al llegar a 50 finja haber perdido la cuenta y empiece otra vez.
Me urge un abrazo por la espalda, de esos que le cubren a uno hasta los miedos. Cierre los ojos y dibuje constelaciones en mis muslos, siga el trayecto de mis venas y localice ese punto en el que me mis latidos aumentan. No necesita saber Medicina para conocer mi cuerpo, ni ser poeta para que suspire, mucho menos escritor para regalarme la mejor de las historias. Hágame suya, que de hacerlo mío ya me encargué.
Dentro. Un poco más adentro y juro que le arranco la piel de la espalda.
Lento. Un poco más lento y pierdo el control de mis sentidos.
Húmedo. Un beso más y prometo llover.
Hágame suya, con delicadeza, mirándome a los ojos y con su respiración de fondo musical. No diga nada, no pregunte, ni siquiera deje que me entere que me está leyendo. Tan solo hágame suya, que de hacer que pierda el control yo me encargo.