martes, 4 de abril de 2017

4:28

Son las 4:28 de la mañana; en 2 minutos más estará por sonar la alarma de mi madre, aquella que día tras día escucho a lo lejos e ignoro con eficacia al saber que el llamado no es para mí. Despierto empapada en sudor y lágrimas como ya es normal de unos cuántos años para acá. Controlo la taquicardia haciendo uso de mi respiración y trato de despertarme en todos los sentidos (aunque no haga falta, la pesadilla no ha dejado ni un solo rastro de sueño).
Son las cuatro con veintiocho, por la mañana; me sueno la nariz, seco el sudor de mi frente y bebo un vaso con agua helada. El recuerdo de tu cara enrojecida sigue apareciendo en cada uno de mis parpadeos, ¿qué fue lo que dije para que te molestaras así?, ¿en qué momento pasé de ser aquella que presumías con tus amigos a la que ahora no te atreves ni a nombrar?, ¿cómo fue que llegamos a esto? Y lo más importante, ¿cómo es que aún me sigue afectando?
Son las cuatro veintiocho de la mañana; ¿Será muy temprano para meterme a bañar? Descarto la idea al recordar que en la casa no hay algún aparato que caliente el agua de manera automática cuando gire la perilla. Me dirijo a la cocina y preparo un café. ¿Será muy temprano para beber café? No. Mi subconsciente bohemio y aún temeroso me responde enseguida. ¿Debería despertar a mi madre y contarle esto que me sucede? A lo que mi trastornada mente me cuestiona “¿Para qué serviría?”. Lo dejo pasar y decido irme a la cama otra vez, a sabiendas que el sueño no regresará hasta que el día esté por finalizar y yo tenga qué entrar al hospital a cubrir con mi jornada de 12 horas para obtener el salario mínimo que me ofrecen. ¿Por qué no puedo aceptar que simplemente no me quieres y dejarlo ir? Necesito lavarme los dientes, darme una ducha, beberme un café y por supuesto dejar de analizar estas cosas a tan tempranas horas del día. Me cubro totalmente con la cobija, pese al calor de la habitación, y escucho hacer su rutina diaria a la mujer que me ha dado las mejores lecciones de vida sin siquiera despegar los labios.

Son las 4:28 de la mañana; hoy es un día como cualquiera en el que tu recuerdo me golpea fuerte y yo sigo gritando “no lo hagas, papá”.