Son las 4:28 de la mañana; en 2 minutos más estará por
sonar la alarma de mi madre, aquella que día tras día escucho a lo lejos e
ignoro con eficacia al saber que el llamado no es para mí. Despierto empapada
en sudor y lágrimas como ya es normal de unos cuántos años para acá. Controlo
la taquicardia haciendo uso de mi respiración y trato de despertarme en todos
los sentidos (aunque no haga falta, la pesadilla no ha dejado ni un solo rastro
de sueño).
Son las cuatro con veintiocho, por la mañana; me sueno
la nariz, seco el sudor de mi frente y bebo un vaso con agua helada. El
recuerdo de tu cara enrojecida sigue apareciendo en cada uno de mis parpadeos,
¿qué fue lo que dije para que te molestaras así?, ¿en qué momento pasé de ser aquella
que presumías con tus amigos a la que ahora no te atreves ni a nombrar?, ¿cómo
fue que llegamos a esto? Y lo más importante, ¿cómo es que aún me sigue
afectando?
Son las cuatro veintiocho de la mañana; ¿Será muy
temprano para meterme a bañar? Descarto la idea al recordar que en la casa no
hay algún aparato que caliente el agua de manera automática cuando gire la
perilla. Me dirijo a la cocina y preparo un café. ¿Será muy temprano para beber
café? No. Mi subconsciente bohemio y aún temeroso me responde enseguida. ¿Debería
despertar a mi madre y contarle esto que me sucede? A lo que mi trastornada
mente me cuestiona “¿Para qué serviría?”. Lo dejo pasar y decido irme a la cama
otra vez, a sabiendas que el sueño no regresará hasta que el día esté por
finalizar y yo tenga qué entrar al hospital a cubrir con mi jornada de 12 horas
para obtener el salario mínimo que me ofrecen. ¿Por qué no puedo aceptar que
simplemente no me quieres y dejarlo ir? Necesito lavarme los dientes, darme una
ducha, beberme un café y por supuesto dejar de analizar estas cosas a tan
tempranas horas del día. Me cubro totalmente con la cobija, pese al calor de la
habitación, y escucho hacer su rutina diaria a la mujer que me ha dado las
mejores lecciones de vida sin siquiera despegar los labios.
Son las 4:28 de la mañana; hoy es un día como
cualquiera en el que tu recuerdo me golpea fuerte y yo sigo gritando “no lo
hagas, papá”.