Esta semana me mudé de casa. Empaqué mis cosas con más conciencia de la que me gustaría.
Separé la ropa en 4 tandas: la que usaba a diario, la que ya por ninguna razón volvería a ponerme, la que ya no me gustaba pero podría vender o regalar y aquella que había sido arrancada de mi cuerpo por tus manos.
Uno a uno fui guardando, en cajas, mis libros. Aquellos que abrías en la noche y me leías al pie de la cama cuando no podía dormir, los que me hicieron reír mucho porque me recordaban a ti y sobre todo esos que nunca te animaste a leer; encontré una nota a manera de separador. Un papel arrugado, despintado y maldito, que anuncia en medio de trazos chuecos y faltas de ortografía: "Te amo, como los italianos al sushi o las abejas a la miel. Te amo como los niños al chocolate o como los árboles al agua". Y lloré mucho. Por ti, por mí, por el "I love you honey" que ya no me dirías y porque ni a los italianos les gusta el suhi así como yo no te gusto a ti.
Metí en una bolsa todos mis zapatos, esos que son tan ajenos a nuestras caminatas nocturnas y a los lugares que solíamos visitar. Empaqué los peluches, las fotografías, las bolsas, los medicamentos, mi guitarra, los controles del Xbox, las sábanas que tantas veces ensuciamos, mi crema para peinar, el suavizante de telas, un esmalte rojo y mis ganas de que regresarás.
Tú me amabas "como las abejas a la miel" y yo amaba escucharte llamarme "honey"como si de Pulp Fiction se tratara. Me amabas "como los niños al chocolate" y yo amaba que llegaras con un Kit Kat porque era lo único que podías hacer por mí cuando estaba en medio de mi síndrome premenstrual. Me amabas como los árboles al agua, pero de lágrimas no se nutre a la tierra y mucho menos se hace crecer a un árbol.
Entré a la que sería mi nueva recámara, había solo una cama en el centro y un mueble lleno de las películas que veíamos los domingos, cuando preferíamos encerrarnos toda la tarde y andar en calzones por la casa. El cuarto estaba vacío, nada hablaba de ti, nada te conocía; nada había sido tocado por tus manos suaves y esos largos dedos que tantas veces me hicieron gemir. Como si nunca hubieses formado parte de mis rutinas, como si no fueras más que un producto de mi imaginación, como si te hubiera inventado en uno de esos tantos días en que me sentía sola. "El cuarto estaba vacío", en realidad no lo estaba. Había una cama y un mueble lleno de películas, estaban las cajas y las bolsas donde empaqué mis cosas, y por supuesto, también estaba yo. El cuarto no estaba vacío, era yo que estaba sin ti.
"Tú me amabas", he ahí la razón de mi llanto. No eran los italianos o el sushi, ni la miel o el chocolate, tampoco los niños ni los árboles; no eran los recuerdos. Definitivamente no son los recuerdos que guardo de ti. No eres tú. No es la casa nueva. No es la recámara vacía y ni siquiera soy yo sin ti. Es el pasado. Es ese maldito "tiempo que ya sucedió en una línea cronológica, que ha quedado atrás". Es "aquello que aconteció al período en cuestión". Es el hecho de que "tú me amabas", pero ahora ya no.
Esta semana me mudé de casa. Desempaqué mis cosas con más conciencia de la que me gustaría.
Acomodé mi ropa en 4 tandas: la que usaría a diario, la que regalaría a alguien más, la que estaba pendiente por lavar y aquella que estrenaría en alguna fecha importante.
A falta de un mueble dejé mis libros guardados en las cajas, pero antes saqué los que no había leído cuando no podía dormir, aquellos que aún no habían tenido la oportunidad de hacerme reír y sobre todo esos que me pondrán a llorar por recordarte.
Acomodé mis zapatos para ir a clases, ahora que regresé a estudiar, los que usaré en mis caminatas nocturnas dentro del hospital donde trabajo y las pantunflas ridículamente calientitas con las que andaré por la casa los fines de semana, en calzones, porque no me apetece salir.
Tendí la cama y descubrí que el olor a lavanda me trae tanta paz como cuando por fin te recuestas a reponer la respiración tras un acto sexual, regalé todos mis peluches y mi alergia disminuyó, las fotografías aguardan en una carpeta titulada "para imprimir", cambié de crema para peinar así como de medicamentos, mis uñas siguen siendo rojas pero les agregué un brillo que le da más vida al color y por extraño que parezca no encontré mis ganas de que regresaras. Estaba segura de haberlas puesto en una bolsa azul y por más que he revuelto todo lo que traía no las puedo encontrar.
Cuando entré a la que sería mi nueva recámara, había solo una cama en el centro y un mueble lleno de películas que quizá algún día vuelva a ver. El cuarto estaba casi vacío.
Y digo "casi" porque estaba la cama, el mueble, yo (obviamente) y unas ganas muy grandes de quedarme y comenzar todo otra vez.