Hace unos días
me preguntaron que cuál era la razón por la que me asumía como una "mujer
feminista" y, como era una charla de esas en las que sí vale la pena el
diálogo, me puse a reflexionar acerca del tema. Y más allá de los datos obvios:
(Durante los meses
de enero a octubre 2019)
En México asesinan
-al menos- a 8 mujeres cada día. Nuevo León se encuentra en el 3er lugar con
más feminicidios dentro del país, justo por debajo de Veracruz y el Estado de
México. Monterrey encabeza la lista de ciudades dentro del estado, superando a
Culiacán y Juárez.
En cuanto a las
llamadas de emergencia hacia las autoridades: Nuevo León se encuentra dentro de
los 5 estados, dentro del país, donde más se agrede a las mujeres; es el
primero con respecto a reportes de violencia y abuso sexual, de las cuales más
de 20 mil están relacionadas con la pareja; y el segundo en cuanto a reportes
de violación, detrás de la ciudad de México. Por mencionar "algunos
cuantos".
Me puse a pensar
en las mujeres que he conocido a lo largo de mi vida:
-Mi abuela, que
tuvo que cargar con los gastos de sus tres hijos y un marido borracho que ni
siquiera recordaba su nombre.
-Mi tía: que
cumplió con las exigencias de un esposo golpeador hasta el día de su muerte, y
que fue juzgada como “una puta” cuando decidió volver a estar con alguien más.
-Mi prima: que
regresó meses después a su casa, llena de golpes y con las manos negras por
tanto pelar nueces porque el hombre con el que se había casado la obligaba a
“ganarse el pan” que comía.
-Mi
mamá: que usaba ropa floja “para no andar enseñando de más”, que no podía
bañarse ni ponerse perfume antes de salir a recogernos a la escuela porque “de
seguro andaba de puta”, que peleaba con mi papá en las noches cuando éste
llegaba de viaje y solo quería coger, que se moría de miedo cuando le lanzaba
los platos a los pies porque había encontrado una piedrita en los frijoles, que
tantas veces fue amenazada de muerte cuando dejamos de vivir con él; y que,
actualmente, ni siquiera se atreve a salir con alguien más por el miedo a
encontrarlo en la calle o algún otro lugar.
-Mis
amigas: la china a la que le dolía tener sexo con su novio pero aún así lo
hacía, el mismo que no la dejaba vernos porque leyó la conversación donde le
decíamos que eso no estaba bien. La flaca que terminó casándose con el wey que
le recomendó leer “100 datos para ser más inteligente”, que la forzó varias
veces a tener sexo cuando llegaba borracho, que le lanzó todas sus cosas a la
calle y no le quería dar a su hija, que la asfixió mientras le decía que “perdóname
por tener tantas ganas de lastimarme” y después lo comparo con el hecho de que “él
así se sentía -ahorcado- en su relación”, que la felicita por “ser feminista” y
horas después la acusa de ser una “puta mentirosa” por contarle a su hermana y
comenzar con los trámites del divorcio. La güera que vive caminando con miedo
tras las amenazas de su exmarido, peleando una custodia cuando éste ni siquiera
recuerda la fecha en que nacieron sus hijos. La chaparrita a la que su novio
obligó a abortar porque “no estaba listo para formar una familia”, y que luego
terminó engañándola con otra chava de su salón.
-Las
esposas de mis tíos paternos: siempre señaladas cuando alguna llegaba a
mencionar que les habían golpeado, que día tras día recibían insultos y gritos,
que tuvieron tantos hijos y abortos conforme las ganas de sus maridos. A las
que sus hijos tenían que defender a golpes contra sus padres, y a las que sus
hijas denunciaban por violencia.
-Mis
pacientes: las señoras que de un momento a otro se enteraban de que tenían una
enfermedad de transmisión sexual, siendo que nunca tuvieron relaciones con alguien
que no fuera su marido. Las niñas que murieron a causa de violaciones sexuales
por sus papás, sus vecinos y hasta sus hermanos. Las chavitas con menos de 15
años que no iban a terminar la escuela porque se habían embarazado y su familia
las obligaba a mantener al bebé. Las chiquitas con brazos fracturados porque
sus padrastros las golpeaban. Las mujeres a las que habían acuchillado para
robarles un celular que cuesta menos de 2 mil pesos.
-Mis compañeras
de clase: a las que el maestro les tocaba la pierna en secundaria, o les hacían
“halagos” acerca de lo bonitas que eran cuando ni siquiera habíamos cumplido 15
años. A quienes el maestro les pedía “favores” a cambio de pasarlas en la
materia y que cuando se negaron terminaron directamente en 4ta oportunidad. A
las que les dijeron que si sacaban malas calificaciones era porque la carrera
de Medicina estaba hecha para personas inteligentes y las mujeres no lo eran. A
quienes el maestro que estudió Filosofía y Letras les decía que no debían andar
hablando sobre el feminismo porque solo quedaban como tontas, que las mujeres no
deberíamos tener derecho a votar y que es nuestra culpa que nos violen, por no
vestir faldas largas de “manera decente”.
Me puse a pensar,
a recordar y abrazar espiritualmente a cada mujer que conozco y que sufrió algún
tipo de violencia por el simple hecho de ser mujer; por considerársele débil, tonta
o inferior; por tener ideas diferentes y no quererse casar o tener hijos, ni
vestir faldas o estudiar belleza, por dejar que la inviten a comer y no tener
sexo después, por arrepentirse cuando ya estaban desnudas en la cama; por no
saber cocinar, por querer verse bonitas frente al espejo y no para quienes se
sienten con la autoridad de gritarles en la calle; me puse a pensar en aquellas
que ya están hartas de tanta impunidad y son señaladas como “extremistas”, “ridículas”
y “exageradas”:
Porque después
de años de terapia, de charlas, de investigar e informarme al respecto, entendí
que todas las veces en que decía “no” debí ser respetada. Cuando voy en el
transporte público y me rozan con la excusa de que “va muy lleno”, o la vez en
que un tipo que iba a mi lado decidió que tenía el derecho de lamerme el brazo,
y otro de enseñarme cómo se masturbaba. Cuando era niña y mi primo me encerraba
en un clóset para tocarme bajo la blusa, o el otro que me obligaba a meterme
bajo la cama para chuparle la lengua. La vez en que no quería tener sexo con mi
novio pero tampoco quería pelear. Cuando confrontaba a mi papá y le exigía que
dejara de gritar, cuando me pateó para quitarme las llaves “de su casa” y
después se me echó encima porque tomé el teléfono para llamar a la policía. Cuando
se enteró de que lo había denunciado y con amenazas me exigía que quitara la
demanda. Cuando le dije que ni siquiera podía hacerse llamar “papá” y terminó describiéndome
la forma en que se iba a vengar mientras hablábamos por teléfono.
Y es que más
allá de recordar a las mujeres con las que me he topado en la vida, en mi
familia, mis amigas y en mí, pienso en todas aquellas a las que no conozco,
las que siguen durmiendo en la misma casa que su agresor, las que caminan con
miedo a que las secuestren, las que recuerdan cómo fueron violadas, las que ven
con pesar a sus hijos crecer. Pienso en las que aún no han regresado con sus
familias, las que no van a regresar y, sobre todo, en aquellas que algún día pasarán por alguna situación similar y me doy cuenta- con muchísimo pesar- de que no es solo pensar en algunas cuantas, sino en miles... únicamente en mi país.