Puede sonar ególatra y envidioso, pero no me importa, es lo que quiero.
Quiero un día en el que las palabras salgan sobrando, las caricias predominen y los gritos desaparezcan.
Quiero un día en el cual no tenga que llorar, ni gritar, ni enojarme.
Un día en el que no haga mas que reír, sentirme tranquila, en paz, a gusto conmigo y con los demás.
Quiero un día en el que no importe nada ni nadie más que yo.
Un día en el que de igual lo que pase a mi alrededor, lo que hagan o dejen de hacer los demás,
lo que me digan, lo que me reclamen, lo que me griten, lo que me mientan.
Quiero un día, tan sólo un día en el que me tengan abrazada, en el que no se escuche sonido alguno
más que el latir de nuestro corazón.
Un día en el que permanezca acostada a tú lado, en el suelo frío, debajo de las estrellas, de ese enorme cielo que nos recuerda no ser ni la millonésima parte de este universo.
Quiero un día en el que no me tenga que preocupar por la escuela, por mis hermanos, por la comida, por las cosas que estén tiradas en mi cuarto, por la ropa que vestiré, por la forma en que me peinaré, por nada superficial.
Quiero un día tranquilo, en calma, lleno de paz y sin mucha luz.
Un día frío y nublado, lleno de leves melodías de piano.
¡Quiero un día en el que sólo importe yo! ¡Yo y nadie más!
En el que pueda llorar, gritar, reírme y golpear sin ser criticada, sin ser regañada, y sin que me pregunte porque lo hago.
¡Quiero un día para desahogarme!, para sacar todo mi rencor, todo mi odio, todo mi dolor.
Un día para bailar a la luz de la luna, y amanecer cantando a la luz del sol.
Tan solo un día donde solo importe yo. Un día para mí y mi corazón.