en la Tormenta.
Mi voz estallaba sacudiendo las paredes de mi mente,
pero mi boca era muda a mis palabras,
mis oídos sordos a mis plegarias,
mi vista ciega a mi desesperanza.
Grité,
gimiendo desde el intrínseco,
pidiendo como esbirro del infierno
una mano, un guante, una purificación del alma.
Grité saliva,
grité inmundicia,
grité silencio.
Preludio de mis ambiciones,
término de nada.
Rechazo unánime de mi lenguaje.
Lloviste.
El fragor de mis voces interiores destiló con la lluvia.
Como moteado de tinta barata,
lloviste y se disolvió todo entero mi pequeño mundo.
Mojados mis mares,
mis bosques, mi cielo.
Empapadas mis letras y mis ideales.
Lloviste,
aguando aún más el miedo,
sumergiendo en agua sucia mi obra de arte.
Inundaste de penas y mentiras
la ingenuidad de mis paisajes,
la castidad de mis doncellas.
Lloviste.
Me bañaste en un agua repleta de tu podredumbre.
Infeliz marino que gusanos cría,
con el cinismo que ni el diablo puede.
Y yo sigo gritando,
aunque mi voz no se escuche,
aunque mi yo tangible no se entere,
de la pesadez de tu tormenta.
Cual desdichada víctima
infinita, eterna, viciosa.
[Lo encontré por allí]