Hoy estuve a punto de entrar a una iglesia.
Estaba en la puerta, debatiéndome entre un "'¿por qué no? y un "¿para qué?".
Mientras luchaba internamente entre mis creencias y mis necesidades observaba a través del vidrio, escuchaba al padre predicar la lección del día, me dejaba llenar por la paz del lugar, el silencio embriagador que te acoge cual buen samaritano, respiraba ese olor a incienso, a promesas, a esperanza, a fe.
Quise entrar, arrodillarme y llorar como no lo he hecho hace meses, gritar -en mi mente-, maldecir, reprochar, reclamar, exigir. Quise llorar con sentimiento, con congoja, con arrepentimiento, con dolor.
Quería dar gracias a él -a Dios-, a mi familia, a mis amigos, a mí misma. Quise disculparme con todos ellos -conmigo-, pedir perdón y ahí arrodillada suplicar clemencia. Quise hablar, decir todo cuanto he callado, liberarme, sacar esa malteada de emociones que se acumula en mi cuerpo en forma de bilis. Quería contarle a alguien que ya no te extraño, que extraño la manera en que me hacías ver el mundo, la manera en que podía sonreír, la fortaleza con la que me podía levantar.Quise borrar todo rastro de rencor para conmigo, porque soy tan estúpida que cualquier decepción que cause alguien más va dirigida para mí misma, por confiar.
Yo solo quería liberarme, creer en alguien -aún y jamás lo haya visto-, confiar, y tener fe en algo... otra vez.
Hoy estuve a punto de entrar a una iglesia.
Quise calmar mi llanto con profecías, saciar mi sed con silencio y que los pulmones se me llenaran de paz. Sentirme querida, abrazada por alguien, acompañada. Quise dejar a un lado mi miseria, mi autocompasión estúpida, mi infelicidad injustificada, mi baja autoestima y mi soledad voluntaria. Y aún mientras olvidaba haber permanecido tanto tiempo arrodillada, y con las piernas adormecidas, sentirme segura. De mí, de quien me brinda su apoyo, de quien camina mi lado, de quien me acompaña, de quien se aloja en mi corazón.
Hoy estuve a punto de entrar a una iglesia.
Quería contarle a alguien que soy débil, que mentí, que miento, que soy vulnerable, que no soy feliz. Quería contarle que estoy abatida y que me está costando muchísimo trabajo el poder levantarme y es porque se me han acabado los motivos de seguir. Quería llenarme de certeza, de motivos, de sueños, de fe. Quería que alguien me escuchara sin decir nada y que solo me abrazara con su calma, y alejara las dudas, los miedos y el rencor que me habita. Quería que no me juzgaran, que no se burlaran de mí, que no me cuestionaran, que no me observaran con desaprobación o fingieran entenderme.
Hoy estuve a punto de entrar a una iglesia, pero fue más mi cansancio que mi fe.
Dios sabe que soy fuerte, yo sé que soy fuerte... Aunque a veces no crea en ninguno de los dos.
Hoy estuve a punto de entrar a una iglesia, pero preferí seguir caminando con las penas sobre mis hombros.