domingo, 1 de marzo de 2015

Disculpe tantas letras, soy una muchacha con complejos.

Cuando hace frío salgo sin suéter, por si encuentro algún abrazo cálido de alguien a quien hace tiempo no veía.
Si llueve, voy dando saltitos en los charcos con mis botas marrón y un manojo de sueños en cada pisada.

Uso falda cuando el cielo se nubla, porque no quiero que la piel de mis piernas cambie de tono. Porque me gusta observar las constelaciones que dejan los golpes que me doy sin darme cuenta.

Tomo café a cualquier hora, en cualquier estación del año y con cualquier desconocido que se siente frente a mí en la cafetería.
Me gusta el latte con canela y sin azúcar, pero disfruto más los cafés de las miradas perdidas que lleva la gente que camina a mi alrededor.

Tengo una teoría acerca de los colores del cielo nocturno, y según mi filosofía la lluvia es el conjunto de todas aquellas letras que se evaporaron al no ser plasmadas en papel.

El viento no es más que los deseos suprimidos de una caricia en piel ajena. Y la luna cuando está triste se pone de cabeza para que piensen que está sonriendo.

El tequila se toma con limón, las decisiones con los pies descalzos. Al toro se le toma por los cuernos y al amor se le enlaza entre los dedos.
Los besos se dan lento, sin prisa y se saborea cada movimiento. En el sexo lo importante es llegar hasta adentro.
Los ladrones roban libros, sonrisas y besos; los delincuentes roban sueños, metas y dinero.

Me siento desnuda con el cabello suelto y libre si camino descalza. Soy prisionera si uso sostén y una esclava si escribo por obligación. Soy una mentirosa si digo "yo también", falsa si escribo "yo más", estúpida si digo "me conformo con" y me acomplejo al no poderme expresar.

Me gustan los días grises pero me pongo triste cuando me gritan que tengo memoria, que el tiempo no pasa en vano y que por más que sonría la luz no siempre llega a los ojos.

Amo el sonido de la lluvia al caer sobre en césped, al resbalar por la ventana, al penetrar mi piel erizada. Pero me dan miedo los truenos y me escondo bajo la cama cuando no sé a donde correr.

Desayuno todos los días, la comida es lo más sagrado y si no lo hago acompañada no me interesa que haya alimento alguno frente a mí.

No agradezco nada, con más fuerza, que un beso en la frente, un abrazo rompe huesos y un apretón de manos. Porque más que palabras yo me baso en sensaciones y la piel es mi mejor herramienta.

 Escribo cuando estoy triste, enojada, confundida... muda.
Cocino cuando me siento alegre, plena, fresca... viva.

Me gustan los licuados con avena, las fresas con crema, las papas con catsup, la pizza con tocino, el espagueti con albóndigas, las quesadillas de queso, los tacos, las crepas con Nutella, los rollos de canela y lo dulce de sus labios.

Me gustan las letras sinceras, potentes e impresas en papel viejo. Las melodías de piano, a media noche. El blues en una tarde lluviosa, el jazz cuando hace frío, el rock a la hora de ir a correr y su voz antes de que me vaya a dormir.

Me gusta el color azul, pero visto de negro.
Me tiño el cabello de rojo, pero es marrón.
Me muerdo los labios, pero deberían ser los tuyos, o en su defecto: la espalda.
Escribo aquí, pero debería estar allá... Contigo.

No intentes descifrarme, porque ni siquiera yo misma he resuelto el misterio.
No me hagas preguntas, házme tuya y deje que las dudas se vayan.
No pronuncies palabra alguna, bésame y deja que se escuche tu respiración.

Disculae tantas letras, soy una muchacha con complejos, que aún no sabe a donde ir pero que tiene en claro que quiere seguir contigo.