Conozco a un hombre que me hace bien con su mera existencia. Un romántico, soñador y polifacético tipo maravilloso que tiene el cielo en las manos y no sabe caminar sin que se le noten las alas en los pies. Se pone nervioso al hablarme, al agarrarme las manos, al besarme... pero mantiene fija su mirada cuando se encuentra frente a mí. Su andar destila poesia y desinterés. Se le traban las palabras de vez en cuando y la memoria le falla en casi todos los momentos importantes, se le desacomodan las letras pero siempre sabe cómo hacerme reir. Conozco a un hombre que no cumple con mis reglas y que ha desafiado a todo estereotipo que llegué a considerar. Se ha encargado de cambiar mis definiciones del amor y de la vida, de la música, del cine, de la poesía y hasta del amanecer. Conozco a un hombre que ama hasta que se le agoten los latidos, que se anuda las promesas en las pestañas para no olvidarlas y se llena las manos de posibilidades. Que vive el amor con la ternura de un niño y la pasión de un hombre.
Me reconstruyó cuando yo estaba rota y había perdido los pedazos. Me iluminó cuando yo estaba envuelta en un mar de penumbras, aunque él no supiera nadar. Me esperó cuando no tenía reloj y ni siquiera hubo cita previa. Me vio cuando yo era invisible. Me escuchó cuando estaba en silencio y me abrazó mucho antes de que empezara a llorar. Conozco a un hombre que me hace una mejor mujer a diario, que me alienta a seguir adelante y se acuesta conmigo cuando no me quiero levantar. Que me hizo aprenderme todos sus caminos, aunque éstos no llegaran a Roma. Me invitó a dormir en su cama, abrigándome con su piel y dejando que usara su pecho de almohada, me pintó la vida con sus crayolas y dibujó una constelación con sus dedos, en mi espalda. Sabe cómo armarme y deshacerme con un "te quiero". Usa su mirada como arma de doble filo y las manos como cadenas con tercipelo. Celebra nuestras coincidencias como si fueran pequeñas vidas y hace que cada momento sea un sabor diferente de café. Alude mis sonrisas, suspiros y su nombre entre mis labios. Me transforma los truenos en palabras dulces, la obscuridad en juegos lascivos y los fracasos en aprendizajes.
Conozco a un hombre que vivía entre mis manos antes de tocarlo y que me besó mucho antes de posar sus labios sobre los míos; que hizo de mí una página en blanco, un guión cómico-cursi-dramático y de ficción, un poema sin rima y una canción al compás de sus besos. Conozco a un hombre que me acompañó en el camino cuando mis pasos andaban lento y me dolían los pies. Que ha tenido la paciencia para soportar los vendavales y las dudas, los reclamos y chistes malos, las bromas pesadas y disculpas, los momentos empalagosos y salados. Un hombre que me hace feliz y al cual llevo en la punta de mi lengua, me hace sentir liviana, libre, capaz y fuerte... pese a seguir viviendo dentro de mi propia jaula. Un hombre que no ha tenido miedo de lo que soy y que está interesado en conocer aquella mujer que podría ser, que no me ha dejado perderme sin él y que a pesar de no saber a dónde vayamos, el camino resulta sumamente placentero. Que canta conmigo canciones de blues y baila jazz pese a tener dos pies izquierdos, que devora dulces como si fuese una competencia y me rasca la cabeza cuando me recuesto en sus piernas. Un hombre que ha tomado mi mano y no ha querido soltarla pese a la distancia y las adversidades. Conozco a un hombre que hizo su casa en mi alma y que ahora mismo, mientras lee esto, una sonrisa le adorna el rostro... porque sabe que hablo de él.