miércoles, 13 de junio de 2018

Hoy me regalé flores.


Desperté por la mañana y me lavé el rostro con un jabón de avena y miel. Bebí un vaso con agua fresca para saciar mi sed. Cepillé mis dientes con ahínco y al terminar me regalé una gran sonrisa fingida frente al espejo, inmediatamente me empecé a reír de verdad por lo absurdo de mi actuación. Coloqué un silla justo al centro de la habitación, acomodé mi cuerpo de manera que se sintiera cómodo y empecé a respirar; lento, profundo, a conciencia. Di gracias a la vida, a la tierra, al universo y a todas aquellas personas que dejaron una marca en mí. Sin juzgar, sin reproches, sin melancolía, únicamente agradeciendo sus enseñanzas.

Salgo a caminar y el Sol me acaricia con ternura, sin quemar, sin lastimarme la piel. Llegan a mis ojos un sinfín de tonalidades verdes que se mecen con parsimonia en los alto de los árboles. Respiro profundo y lleno mis pulmones de un aroma a albahaca y limón. Sonrío. Hoy me siento plena y con ganas de vivir. Atesoro mis emociones y las guardo en la cajita de mi memoria a la que recurro en momentos de caos. Camino por un sendero que no me lleva a ningún lugar pero que siempre me ayuda a encontrarme. Y a lo largo del paseo me olvido de la hora, de las cosas que me faltan por hacer en el día y me libro un poquito de las incomodidades con las que me habré de topar.

Pasa la tarde sin hacer mucho ruido y me encuentro sola en mi cuarto riendo a carcajadas mientras veo una serie, preparando mi comida favorita con el amor con el que se la prepararía a mi pareja. Comiendo a media luz en una mesa con cinco sillas vacías alrededor, pero el alma llena del recuerdo de quienes alguna vez se sentaron ahí. Hay mucho silencio en la casa, poca luz en la habitación y mucha paz en mí. Me doy un baño largo y tendido, le regalo a mi piel el aroma y las propiedades del café, consiento a mi cabello con arándanos y moras, le doy a mi mente un descanso con la música de las olas del mar del último viaje que realicé.

Decido dejarme las ojeras sin cubrir y le regalo un poco de humectante a mi labios, me desenredo con facilidad los nudos del cabello y enseguida se deshacen los de mi garganta. ¿Por qué estoy llorando? Si no me siento triste y hace tiempo que no me enojo en verdad. Se me llena la cara de lágrimas y en lugar de secarlas las dejo caer, quizá llevan mucho tiempo queriendo salir y yo se los impedía. Hoy les doy la libertad que merecen y las dejo correr libremente por mi cuello, sin reclamos, sin miedo, sin cuestionarles su llegada y agradeciendo su partida.

Me visto y dejo que la tela de mi uniforme azul me acaricie la piel. Le regalo una sonrisa auténtica a la mujer de ojos rojos e hinchados que me observa desde el otro lado del espejo. Antes de llegar al trabajo me encuentro con puesto lleno de flores de todos colores, se acerca a mí una mujer y me ofrece los ramos más grandes y llamativos, va repitiéndome la lista de precios y yo la escucho un tanto confundida por toda aquella información, me invita a escoger y los escruto con la mirada. Los hay grandes, con papeles de colores, sencillos con un globo amarrado, y de entre todos elijo un girasol de tamaño no mayor al de mi puño, adornado con unas florecitas blancas que sigo sin saber cómo se llaman. La mujer se acerca y me pregunta si quiero que le escriba alguna leyenda en el papel; “Gracias por todo”, le respondo mientras busco dinero para pagarle.

Hoy me regalé flores y nadie en el trabajo me creyó, insisten en “adivinar” el nombre de la persona que me las dio (como si existiera un código que diga que solo podemos recibir flores cuando vienen de alguien más). Creen fervientemente que fue un hombre (como si las mujeres no nos obsequiáramos flores las unas a las otras) y que tiene que ver con que sea mi cumpleaños o  algo más romántico porque me encuentro sin pareja (como si tener un día más de vida no fuese celebración suficiente). Y yo no me lo puedo creer, no comprendo cómo es que nos llenamos la cabeza de ideas absurdas en las que para sentirnos bien estamos a expensas de los demás.

¿Realmente necesitamos que los demás sepan que salimos a correr, nos preparen nuestra comida favorita, nos acompañen a ver una serie y nos diga que hoy nos vemos guapas? ¿En verdad tengo que usar corrector de ojos para taparme las ojeras, un delineador que marque la forma de mis ojos y un rímel que me haga tener una mirada “misteriosa”? ¿Desde cuándo tiene que ser día de San Valentín o un aniversario de bodas para poder regalar flores, por qué estas tienen qué venir de alguien que no sea yo, preferentemente de un hombre y en plan de amor romántico de pareja? Pero sobre todas las cosas, ¿por qué no puedo ser yo quien me regale flores?

Hoy me regalé flores, un hermoso girasol para ser exactos. Hoy me desperté y le di a mi cuerpo un baño lleno de propiedades naturales que le hagan sentir bien. Hoy me consentí con comida deliciosa y un programa divertido. Hoy salí a caminar sin prisa, sin la lista de pendientes por hacer, sin el celular lleno de notificaciones que muchas de las veces solo anuncian quejas a e inconformidades. Hoy me abracé fuerte mientras lloraba, me dije que todo estaba bien y que saldríamos de esta con muchos más conocimientos. Hoy me agradecí por mis errores, por los fracasos que me dejaron tumbada sin ganas de andar, por las oportunidades que me dí y no resultaron como esperaba, por los recuerdos bonitos que aún tenía guardados, por perdonarme y decidir que aún nos falta mucho por descubrir.

Hoy me regalé flores porque puedo, porque quiero, porque lo merezco. Y aunque la sensación de que alguien más lo reconozca es maravillosa no tiene porqué ser precisamente necesaria. Porque solo yo sé exactamente lo que me ha costado, lo poco o mucho que dolió, el esfuerzo que tuve que hacer y lo que voy cargando en mi espalda. Porque he descubierto que soy mi propio guía, mi sendero, mi acompañante y mi medio de transporte. Y aunque alguien más camine a mi lado nunca sabrá tanto de mí como lo hago yo y es por eso que puedo mostrarle, enseñarle de lo que soy capaz y contarle lo que me gustaría que hicieran por mí.

Hoy me regalé flores, y me agradecí por dejarme ser yo misma; sin prejuicios, sin temores, sin rencor. Hoy me doy gracias por todo y te doy gracias a ti por ayudarme a tocar fondo y darme cuenta de que lo que te estaba ofreciendo no se parecía en nada a lo que soy en realidad.