Era una tarde soleada y calurosa, tanto dentro como fuera de sus cuerpos. Sonaba Bob Marley y el aire acondicionado hacía de fondo al compás.
-Nos falta un cigarro, ¿no crees?
-¿Cigarro? Nos falta hierba.
Ambos rieron, él mostraba sus afilados dientes amarillentos a causa de la nicotina. Sus ojos claros, con esas pestañas que apuntaban al cielo en forma acusadora, la miraban con deseo.
-¿Bajamos a comer?
-¿Qué preparaste para mí?
-Espagueti con carne.
Ella le sonrió, sabía perfectamente que se había esforzado por preparar esa comida para ella. Lo veía de perfil, con esa barba de 7 días que vuelve loca a las mujeres. Se le antojaban tanto esos labios gruesos que ya había saboreado antes, se le hacía agua la boca de pensar en la suavidad de su piel blanca y fría, de sus manos pequeñas pero fuertes, de sus clavículas hermosamente delineadas.
-Bien, vamos a comer.
Ambos se levantaron de la cama rozando su rostro levemente y entonces ella atacó. Le estampó un beso húmedo, firme, intenso y él se lo devolvió con una sonrisa cómplice. Se besaron. Sus manos descendieron junto a un ajetreo respiratorio. Él la tomó por las caderas y la puso encima. Ella se movía ritmicamente al compás del reggae. Recordó que él solo había estado con una mujer, y desconocía del poder que ésta puede tener al hincarse.
-Disfrútalo, yo pago las consecuencias.
El tan encerrado compañero de juegos saltó al bajar la bragueta de su ajustado pantalón azul y ella rápidamente lo atrapó con sus labios, cuidando no lastimarlo con sus dientes. Lo besó, lo lamió e inclusive dio leves mordiditas en zonas estratégicas. Mientras tanto su dueño se mantenía envuelto en tan desconocido placer, gemía y lanzaba suspiros al viento que se fundían rápidamente con la humedad del lugar.
-Espera, el que te invitó fui yo, no me dejes como si fuera un mal anfitrión.
Y la levanto sutilmente con un beso en los labios, la recostó en su cama y palpó sus senos frescos, tiernos y rosados. Bajó por su ombligo, y ella instintivamente lo alejó de ese lugar
-No me gusta que jueguen con él, mientras te mantengas lejos de mi ombligo podemos seguir.
Él continuó como si nada, bajó sus dedos y encontró toda aquella humedad que con tanto ahínco se empeñaban en sacar del ambiente de la recámara. Introdujo su dedo suave y agónicamente, dando giros bidireccionales, arremetiendo a diferente velocidad, jugando los gemidos ahogados de la mujer que en su cama yacía.
Se besaron se tocaron, se mordieron. Jugaron de manera que el pecado era lo más puro conocido en su mundo. No se amaban y era lo que le daba sabor al asunto.
-Mi teléfono está sonando
-No respondas, estamos ocupados
-Hay qué comer.
-Sí... Vamos.
Apagaron el clima, dejaron a Bob cantar y bajaron la escalera con la sonrisa puesta, el cabello desordenado y un cinismo en la mirada que a lejos se veía que estuvieron a punto de follar.