martes, 8 de marzo de 2011


¡Escuchar su voz! Esa voz que me estremecía al pronunciar mi nombre, con una entonación tan perfecta que me alegraba de tenerlo.
Reír juntos en medio de la obscuridad y llorar, a la hora de recordar. ¡Vivir otra vez!
En cada letra de sus poemas, 
En cada acorde de sus canciones, en cada latir de su corazón. 

Aun recuerdo esa ultima vez, y siento como mi corazón se endurecía, cómo el nudo de mi garganta me asfixiaba y la dificultad con la que brotaron mis palabras. Palabras tan convincentes y seguras de sí, que hasta por un momento yo misma llegué a pensar que eran verdad.

Volver a verte, llorar, gritar y pedirme desesperadamente que no me fuera. Que te acompañase un momento mas, que no te olvidara así de fácil. 

Mi hostilidad: "¿Cómo se olvida algo que nunca guardaste para recordar?". 
Tus ojos, cristalinos por las lágrimas que brotaban. Tu voz, quebrantada, desesperada y lúdica. 
Tus venas exaltadas, tan marcadas que se podían palpar.

"Antes de que te vayas... -me susurraste con resignación- ¿Podrías devolverme mi ignorancia?"
"¿Qué ignorancia?"-te pregunte con desdén.
"La ignorancia de la felicidad, devuélvemela ahora mismo! -tu voz me estremeció, tu grito me perforó como una daga directo al vacío de mi alma
- "¿Puedes hacerlo Abigail? Anda, devuélveme eso que con tanto esmero me arrebataste. Borra mi memoria, salte de mi cabeza, esfumate de mis brazos, despegate de mis labios y desgarra mi corazón, regrésalo a su estado vegetativo. ¿Puedes hacerlo fragilidad?... No, tú no serás mas fragilidad, desde hoy te llamaré dependencia, razón, motivo, causa, vida. Si, ese te va perfecto: VIDA. Ahora bien, si vas a irte, procura matarme antes de hacerlo."-
Y sin mas, saliste de la recámara, bajaste la escalera sin tu razonar tan peculiar y te echaste a correr. Yo por el contrario, me quedé inmóvil, observando aquella recámara, ese cuarto que llegó a ser nuestro confesionario mas grande. Escuchando mis sollozos y tus palabras de morfina. Limpiando las lágrimas que resbalaban por tus labios y besándote con las manos. 
Paseando por tu espalda y curando tus heridas, heridas que decían ser superfluas, heridas que abrí y no volveré a sanar.
Tus canciones a mi oído, tus manos en el rasgueo y la mirada fija en mi. 
Las yemas de tus dedos en las teclas, enseñando un do mi sol.
La liberación de tu enojo, la forma en la que gritabas, los golpes que dabas, tu mirada encolerada.
Cada momento que habíamos pasado allí, cada instante compartido, cada palabra dicha, cada abrazo y cada caricia. Todo, absolutamente todo, yo lo había tirado a la basura. 
No preguntes el porqué, no otra vez. Si no te lo dije antes hoy tampoco será.
Ayer me preguntabas que si era feliz, que si me sentía a gusto con la persona que estaba. 
Respondí que si, a lo que tu me contestaste "Yo también lo estoy, veo que al fin encontraste alguien que si te sepa valorar".
No me arrepiento, sabes. Cada dos me doy cuenta de que al menos ha salido bien, tú ya no tienes quien te detenga y puedes seguir con tu camino, yo por el contrario comienzo a decidir qué camino tomar. Y afortunadamente hay alguien que me acompaña, alguien que me cuida tanto como tu lo llegaste a hacer. Así que no te preocupes, sé que estaré bien.