Mi cuerpo es una oruga a punto de desplegar sus alas, un ciervo aprendiendo a caminar, un cisne dormido.
Un círculo de carne alrededor de tu carne.Un triángulo al que tu lengua puede entrar.
No te alejes, no me ahogues, tapa estos sexos llorones pero sin despegarte de mí un milímetro.
La colcha ahí, los pies afuera, las manos quemándose los huecos que han dejado nuestras siluetas.
La cama rechina, la almohada se cae, las sábanas se mojan y nuestro encuentro se incendia.
Loca de anudarte al deseo con todas mis uñas rasgándote como una hoja. Lamiéndote las nervaduras.
Hoja de cristal, hoja de junco, hoja de mimbre que me reduce a perra absurda olfateando tu vegetal órgano.
Mi rostro caracol resbala pegajoso, llevando mi casita rodante arriba, abajo, adentro de tu tallo.
Me dices que te escriba un poema, en el cuerpo; un poema que nadie más pueda leer.
Y escribo cada letra con la punta de mi lengua roja, repasándola una y otra vez, hasta que se quede impregnada en tu piel.
Me ayudas con los signos de puntuación, marcando cada punto con una embestida, cada coma con un empujón.
Cada mordida es un acento y cada rasguño un punto... suspensivo.
Al terminar derramas la tinta blanca sobre mi ombligo, dejando una mancha indeleble en el papel que ha sido nuestra piel.
Te pones de pie, te diriges al baño y nada, no lees absolutamente nada.
-¿Por qué?- es tu pregunta, a lo que yo te respondo
- Ni siquiera tú, delante del espejo sosteniendo la mirada en el cristal que te miente diciendo que estuve allí, podrás leer mis poemas. Ni siquiera tú, que te has obsesionado en leerme a pesar del sudor que borroneó las letras. Y ahora chorrean vocales en la madrugada de relojes fracturados sobre el reflejo de mis pechos.
Y ahora soy yo en el espejo que te mira regresar de tu orgasmo consonante. Ni siquiera tú, que me has servido de hoja para plasmar mis más dulces deseos, ni siquiera tú que eres a quien yo amo más.
-¿Por qué?- es tu pregunta, a lo que yo te respondo
- Ni siquiera tú, delante del espejo sosteniendo la mirada en el cristal que te miente diciendo que estuve allí, podrás leer mis poemas. Ni siquiera tú, que te has obsesionado en leerme a pesar del sudor que borroneó las letras. Y ahora chorrean vocales en la madrugada de relojes fracturados sobre el reflejo de mis pechos.