Tú; que me cuidas, me enseñas, me muestras, me defines, me gritas, me susurras, me cantas, me das motivos, me ayudas.
Tú; que me guías, me corriges, me levantas, me apoyas, me nutres, me iluminas, me amas.
Tú; que me respetas, me dices, me repites, me sanas, me cuidas, me demuestras que la vida sigue y aún quedan razones por luchar.
Tú; que me gritas, me abrazas, me limpias las lágrimas y me calmas hasta razonar porque eso es una de mis virtudes.
Tú; que día con día me elevas con tus palabras de aliento y me demuestras que estás ahí, conmigo.
¡Y es que yo no sé qué haría sin ti!
Sin tu risa, sin tus palabras, sin tu cariño, sin tus regaños y tus lecciones diarias, sin tus locuras y tus momentos insoportables.
¡Y es que no sé cómo agradecerte por eso!
Por la vida y las razones para seguir, por el apoyo y todos esos jalones de cabello que me merezco.
Por cada locura, momento incómodo y pláticas nocturnas.
Por ser mi mejor amiga, mi verdugo, mi ángel, mi paz, mi calma y mis momentos de histeria.
Y lamento ser tan desobediente, imprudente y terca, pero también necesito equivocarme, para algún día llegar a ser tan maravillosa como tú y que mis hijos se sientan tan orgullosos de mí como yo lo estoy de ti.
Disculpa si a veces soy grosera, o impertinente, pero estoy creciendo y no veo las cosas como tú, y aunque sé que estoy mal, aún tengo ese impulso estúpido de ir a equivocarme... Y pese a todo eso, sé que tú estarás ahí, cuando te necesite y llegue con la cabeza abajo por haberte decepcionado.
Y esa es una de las cosas que más te agradezco.
Y no sólo hoy, sino siempre.
No tengo nada que pueda resumir lo infinitamente agradecida que estoy contigo, lo único que se le acerca es: Te amo, mamá.