sábado, 6 de febrero de 2010
El sonido de mis cadenas, al arrastrarse por el suelo, rompen con el eco de silencio que hay en mí alma. El susurro de mis lamentos se esparcen por cada una de las habitaciones que se encuentran allí, vacías, olvidadas, llenas de recuerdos que desaparecen con el tiempo.
Yo, desesperada busco en medio de la penumbra algo que tenga signos vitales, la más mínima chispa de luz. Arrastrando mis cadenas, rompiendo el silencio, ignorando mis lamentos recojo cada ceniza que a quedado, cada migaja de amor que haya sobrevivido a la devastadora y cruel tormenta de verdades.
Dentro del cofre de mis más dulces recuerdos encuentro a mi familia, mis amigos, mis sueños y fantasías, mis anhelos; algo me llama la atención, algo pequeño y brillante que se encuentra debajo de todos aquellos tristes recuerdos: un trozo de amor, un trozo de felicidad que ilumina la habitación con su extenuante luz, en él lleva grabado tu nombre; lo tomo entre mis manos y vuelvo a vivir. Tu rostro junto al mio, tus manos acariciándome suavemente la mejilla, tus ojos fijamente clavados en los míos, tus labios rozando mi cuello, tu boca susurrándome palabras al oído, después todo eso se esfuma y aparezco yo, tirada en el suelo, sola, llorando, el coraje recorre mis venas y tiro aquel pequeño trozo, corro, grito, lloro; tratando de escapar de aquello que tanto me daño, voy de habitación en habitación, cerrando cada puerta, cada cajón, enterrando mis recuerdos en aquella fría obscuridad, suprimiendo cada partícula de felicidad que haya quedado dentro de mí, cada sensación placentera que hayas provocado, cada roce que tuvimos, cada abrazo, cada palabra de aliento, cada consejo, cada beso, cada susurro, cada mentira, cada "Te Quiero"