Es el Pecado, que torna deseable la neblina nocturna sobre mis pasos ajados.
Es el Vértigo que violento al aire de mis ojos enervados, como un soplo de tregua para que caigan los párpados.
Es el Instinto ondeante que galopa sobre el territorio inequívoco con húmedas cúspide blancas que me elevan hacia tu finito.
Atrapa el descaro que mi sombra deambula, y no creas en esos rosarios de silencios rumiados por el alma descuartizada en ausencias de vuelos.
Obligada al encuentro de mis instintos me desvisto del atuendo que cubre el deseo, adapto mi espacio… me fortalezco, preparo el ungüento con mi ávido veneno. Y me dejo seducir.
El voraz filo de los ojos cerrados arde en el cuerpo, son corrientes internas que delinean formas concretas … encadenamientos de imágenes suspiradas al encuentro.
No puedo evitarme seguir.
Traspasa el fuego a la superficie de la tierra, entropía negativa que me libera.
No quiero evitar sentirte así.
La estructura se arquea. Los vértices del cuerpo chocan una y otra vez.
Se derraman gestos que nos acercan, que nos enferman de hambre que nos anidan en la piel.
Se acentúan las líneas que marco con mis uñas.
Se hacen profundas las palabras susurradas al oído del ayer.
Se firma en la bestia vestida de doncella el nombre tautológico que ha de grabarse en nuestra esfera, como rastro hallable del hecho en el hecho, de amanecer rodeándote con brazos volátiles … vapores construidos desde tu ser.
Es el pecado que tienta mis venas, en dientes que se afirman sobre tu cuello.
Es la necesidad de alimentar sin saciar, lo que a mis poros sustenta.
Es matar, avivando el deseo con signos escritos sobre el tacto filoso de una hoja que transgredo … a veces te llega y otras, se suspende castigada en el tiempo. El cántico verrugoso, áspero y mentiroso… Golpea. Cálculo maligno que el reloj relampaguea desde el cúbico desértico de otra habitación que me recuerda y obliga recordar… el desesperanzado impulso de tener que despertar.