Aquella tarde de junio parecía de lo más normal con el sol brillando en lo alto de un cielo azul abierto donde los pájaros volaban raudos en busca de aventuras. Marlene aprovechó lo cálido del día para estrenar aquella hermosa blusa blanca que había olvidado utilizar, se puso su falda corta de vuelos y se dispuso a salir a la universidad.
Era una chica sencilla, su piel canela y sus grandes ojos negros y expresivos no le aportaban nada especial en comparación con las demás chicas de su edad. Con tan solo 17 años disfrutaba caminar sola y beber un café en la esquina opuesta al hospital, su bajo perfil le encantaba.
Esa tarde, una enorme nube gris cubrió de presto el cielo que iluminaba a Marlene, quiso la vida que se mojara un poco y caminara coqueta por la ciudad.
Ella, más fresca que de costumbre, del cuerpo y del alma, se dispuso a tomar el café de siempre en aquel mismo local. La blusa blanca se volvió transparente y se adhería como una segunda piel a su cuerpo debido a la humedad. El respirar marcado y suave hacían resaltar aún más los tiernos senos de la joven, mismos que acapararon la atención de aquel hombre maduro y quien a pesar de su seriedad no podía dejar de admirar.
Era una chica sencilla, su piel canela y sus grandes ojos negros y expresivos no le aportaban nada especial en comparación con las demás chicas de su edad. Con tan solo 17 años disfrutaba caminar sola y beber un café en la esquina opuesta al hospital, su bajo perfil le encantaba.
Esa tarde, una enorme nube gris cubrió de presto el cielo que iluminaba a Marlene, quiso la vida que se mojara un poco y caminara coqueta por la ciudad.
Ella, más fresca que de costumbre, del cuerpo y del alma, se dispuso a tomar el café de siempre en aquel mismo local. La blusa blanca se volvió transparente y se adhería como una segunda piel a su cuerpo debido a la humedad. El respirar marcado y suave hacían resaltar aún más los tiernos senos de la joven, mismos que acapararon la atención de aquel hombre maduro y quien a pesar de su seriedad no podía dejar de admirar.
Ella está acostumbrada a esa clase de miradas, pero esta tarde en especial las disfruta más. El caballero es marcadamente mayor que ella, de porte ejecutivo y exitoso, bien conservado a pesar que aparenta doblarle la edad. A Marlene le apetece coquetear, le apetece él.
Como un dardo, su mirada lasciva acierta en lo más profundo de la pasión del fulano mientras ella juega con la pajilla en su boca, la acaricia con los dedos, la circunda con su lengua, la ingresa y extrae suavemente en su boca mientras respira más agitada para que él pueda notar el color de sus senos que se vislumbra a través de la húmeda tela.
Como un dardo, su mirada lasciva acierta en lo más profundo de la pasión del fulano mientras ella juega con la pajilla en su boca, la acaricia con los dedos, la circunda con su lengua, la ingresa y extrae suavemente en su boca mientras respira más agitada para que él pueda notar el color de sus senos que se vislumbra a través de la húmeda tela.
Cruza la pierna y recoge su falda, sus piernas carnosas y muslos gruesos pero bien torneados le parecen suculentos trozos de cordero para el lascivo lobo mayor.
Él, descaradamente la penetra con la mirada y una protuberancia comienza a abultarse en su pantalón. Ella sabe que lo tiene a sus pies y decide arriesgarse.
Dejando en la mesa la propina, coge una servilleta, se pone de pie y camina segura rozando el hombro del desconocido y posando la servilleta en su mesa con un claro mensaje “¿Me deseas?, entonces sígueme”.
Dejando en la mesa la propina, coge una servilleta, se pone de pie y camina segura rozando el hombro del desconocido y posando la servilleta en su mesa con un claro mensaje “¿Me deseas?, entonces sígueme”.
El ejecutivo se levanta con tal prisa, como si el propio mesías le pidiera seguirle como apóstol y corre a su vehículo para alcanzar a Marlene, se estaciona a su lado, la chica se sube y sin seguir protocolos le dice “Llévame a un motel”.
Cruzan tres barrios, aún están húmedos por la lluvia y apartan un cuarto azul en un motel boutique.
Él se despoja las ropas con tal energía que parece le ardieran, ella se recuesta en su reino con las piernas desnudas y lo invita a ingresar. No requiere caricias, pues a ella le encanta morder, él se queja y gime, la toma del pelo, le abofetea y Marlene extasiada le pide más. Le marca la espalda con sus largas uñas pintadas de negro y él la tira de frente contra el colchón y apartando sus nalgas se llena la vista con el sexo de ella. No pierde más tiempo, no aguanta más, le clava como su estaca y ella se encorva de dolor, no esperaba tal virilidad, tal grosor ni energía de ese desconocido.
Marlene lo insulta, pero no le recrimina, le exige aún más; él deja caer todo su peso, con una rodilla en el colchón y la otra recogida coge envión para penetrarla a comodidad con esos muslos ensanchadamente masculinos. La penetra con la misma velocidad con que sale, es un martillo hidráulico en plena construcción de placer. La gira, abre sus piernas y deja que su barba cosquilleé su clítoris, luego ingresa su lengua, luego dos dedos y repite el ciclo a placer. Ella no soporta, le escupe la cara y él le devuelve el favor, le recrimina su detenimiento y le indica continuar.
Ambos son una mancuerna perfecta de lujuria violenta. Ella la insulta y él arremete con fuerza, la coge del cuello mientras ella le sangra el pecho clavando sus uñas y rasgando hasta el vientre. Ríen, gimen, gritan, se insultan, y un rastro de sangre se mezcla con el sudor. Se besan y empujan y la sangre se mezcla en su piel haciendo una nueva paleta de color sobre las sábanas.
Marlene sale de la cama, se posa frente a él y con un puntapié en el pecho lo recuesta sobre su espalda. Se ha hecho de su sexo, lo mira, lo lame, lo estruja y escupe. Lo fricciona con sus manos como queriéndole desollar, y de un brinco felino se ha empalado en él. Lo cabalga con fuerza y ambos gritan exhaustos sin dejar de coger.
La sangre no deja de brotar en el pecho de él y al sentir un nuevo zarpazo le suelta un bofetón en la cara a su lolita, ella no grita, le excita y pide que lo haga otra vez. La dosis vuelve a administrarse con efecto tal que su labio también comienza levemente a sangrar y ella se inclina para compartirla con él a través de sus besos.
La sangre no deja de brotar en el pecho de él y al sentir un nuevo zarpazo le suelta un bofetón en la cara a su lolita, ella no grita, le excita y pide que lo haga otra vez. La dosis vuelve a administrarse con efecto tal que su labio también comienza levemente a sangrar y ella se inclina para compartirla con él a través de sus besos.
Son violentos y felices, son sucios, libres, son ellos mismos en aquel enorme cuarto azul donde la luz brilla suave, donde nadie sabe sus nombres ni qué es lo que hacen. Las sábanas estorban, la cama les parece chica, continúan en el piso, sobre la alfombra, un espagueti de brazos, piernas, espaldas y tetas se sirve sobre la mesa mientras no dejan de moverse. Sudan, sudan como si el mismísimo infierno les hubiera rodeado, la saliva se ha acabado ya, necesitan de agua, se meten a la ducha y allá continúa el placer. Ella disfruta aunque parezca ser víctima de una violación. Él la adora aunque parece que se hubiera sacado con ella sabrá Dios qué rencor. Son perfectos y perversos y nunca olvidarán aquella ocasión en que la lluvia les juntó.
Duermen mansos, como boas recién hartas, impávidas, inmóviles, uno junto al otro en completa paz…pasan las horas, se visten, lavan sus leves heridas de guerra, se comen con los ojos una última vez y vuelven de nuevo a salir de esa habitación azul, al día que ha aclarado ya con el inmenso sol y su luz, van de regreso a su vida, a su rutina, a aparentar para no dar de qué hablar.
Dos desconocidos sublimes y perversos, dos almas especiales o enfermas según tu mismo los puedas juzgar…Yo no puedo juzgarlos, pues yo aún veo la sangre correr en mi pecho cada que cierro los ojos y veo de nuevo la imagen de Marlene.
Por F. Ariza [https://twitter.com/#!/_Indeleble]