La mañana comenzaba; gris, húmeda y fría, extrañamente deliciosa.
El viento se colaba por el balcón, atravesaba la sala y le rozaba suavemente la espalda, tan suave como seda pura, tan frío que le erizaba los pezones y le ponía la piel de gallina.
Tomo una sábana que encontró en el suelo y la colocó alrededor de su cuerpo, caminó descalza sobre la alfombra púrpura, que su madre le había regalado, y se dirigió al balcón, abrió la puertecilla cristalina y aspiró fuertemente.
El frío le entraba por los poros y ella amablemente le cedía el paso.
Cerró los ojos y se dejó llevar por el cóctel de sensaciones: calma, paz, alegría, seguridad,
felicidad...amor.
Él a su espalda, observando su memorable silueta, silueta que él conocía a la perfección, silueta que había recorrido palmo a palmo con sus manos, sus ojos, sus labios e inclusive con su lengua.
Ella giro suavemente y se topó con su mirada, se dijeron "Buenos días", muy a su estilo y se perdieron en un beso.Los dos veían por el balcón, abrazados felizmente, desnudos, plenos.
- Gracias- dijo ella mientras se aferraba al pecho de su hombre.
- Gracias a ti.
- Ni siquiera sabes que te estoy agradeciendo - le respondió mientras se separaba un poco para poder verlo a los ojos.
- Eso no importa ya que cada cosa que hago la hago pensando en ti, sintiéndote, besándote.