Vivir sin ti, es sentir constantemente como sangran y supuran mis heridas. Pero no.
Luego me observo en el espejo y me doy cuenta: lo que brota de mis poros, no es sangre.
Tampoco son fluidos corporales. Y es que… no tengo heridas, no tengo poros. Ni siquiera tengo piel. Yo no existo… Yo dejé de existir cuando me perdí en el abismo. Sí, porque tus ojos son un abismo: oscuros, sin final, inaccesibles.
Cuando te miraba, mi miocardio se descontrolaba y mis pupilas se contraían…
Y es que mi organismo lo sabía: estaba cayendo en un espiral de ramificaciones infinitas.
Me estaba perdiendo en tu mirada, me estaba quedando sin vida.
Antes de morir, al darme cuenta de lo que sucedía: intenté salvarme.
Introduje los dedos en mi cavidad bucal, traté de vomitar. Y sí. Vomité.
Vomité torrentes de humo negro, expulsé de mi cuerpo la esencia a ti, o por lo menos eso creí...
Pero nada. Todo seguía igual: mi respiración jadeaba, mis mandíbulas se dislocaban.
Era yo que sin aliento me quedaba.Fue entonces cuando me percaté de que todo fue inútil.
No podía desprenderme de ti: cada una de mis células, cada una de mis vertebras, tenían una marca de tu ser, no de mí.
Mi cuerpo dejó de ser mío. Yo dejé de ser yo.
Empecé a convertirme en una secreción de tu persona. Y no puedo negarlo: cuando estaba muriendo en ti, sentía un poco de placer. Me gustaba como se sentía. Sentía que moría…
Pero había un extraño encanto en eso: no sentir a la vida tan mía.
Era una sensación poco común, agradable, efímera. Yo antes de toparme contigo, tenía mi existencia muy controlada, muy tranquila… Agonizar en tu piel, fue como una salida. Una salida a la rutina.
Una de las cosas que me extasiaba, era cuando bailábamos.
Envenenarme de música, intoxicarme de tiempo. Sentir en mi cuerpo, a las serpientes hambrientas: a tus dedos. Yo bailaba hasta no ser, hasta quedar desaparecida…
Hasta que mi alma se metamorfoseara, hasta sentir a mi piel podrida.
Bailar y besarte. Besarte: eso era lo que más me gustaba.
Cuando nuestros labios se acercaban, por inercia se besaban. Tu lengua arenosa me absorbía…
En cada bocado parecías aspirar para tí, el alma de mi ser.
Y eso, era lo que me mataba. Porque en cada beso y en cada bocado, estaba el sabor a engaño. El mismo sabor que luego me volvió insípida. El mismo sabor que me hizo añicos, que me resquebrajó.
Ahora de mi, ya no queda nada...
Ya no soy cuerpo, ni espíritu. Mucho menos soy alma.
Ya no soy carne, ya no soy una representación de la materia…
No… Ahora sólo soy letras.