Más que angustia, es incorformidad, de mi, de mi existencia…
La noche está tan cerca de mí, que puedo sentir como el aire esgrime. Y ojalá se acercara para abrazarme, pero no: la noche a mi no me abraza, me quema con su frío; y junto con la luna, me maltrata. Es castigo.
Hoy no amanecí, hoy desperté.
Ciertamente me gustaría desaparecer, de hecho, diría que hoy más que nunca, pero probablemente lo vuelva a repetir; a fin de cuentas siempre acabo diciendo lo mismo, ¿no? He gastado tanto el diccionario que no me siento en condición de continuar reflejando lo que voy sintiendo en las líneas. Sin embargo, lo sigo haciendo. Y es que estas líneas son mi único escape, son las únicas que me abrigan y que me liberan; líneas, letras, tinta, únicas que pueden ampararme.
Únicas que pueden retener esto, que pueden protegerme de mi.
Desearía evaporarme, quedarme en un lugar tan oscuro como el espacio y allí sentarme, abrazar mis piernas con mis brazos, cerrar los ojos y recostar mi cabeza en mis rodillas; derramar mi alma, derramar mis lágrimas, hasta que ya no salgan, hasta que todo ese líquido se haya acabado y tenga que comenzar a llorar sangre; y en una de esas, tener la suerte de que la sangre se acabe.
¿Acaso me he rendido? ¿Quiero morir? ¿A eso se reduce? No. La pregunta es falsa.
No me quiero cortar las venas, no quiero tragarme 24 diazepam, no quiero tirarme por un balcón.
No. No quiero la muerte porque no quiero nada. Sin embargo, si existiera una manera de acabar conmigo misma mediante alguna acción puramente mental, lo haría de inmediato, sin perder más tiempo.