Me despierto en las noches con urgencia de ti, con un antojo terrible de morderte hasta los huesos, de quitarte la ropa de repente y quemarnos juntos en la misma hoguera. Entonces prendo la música de siempre, las mariposas hacen el coro, está oscuro y en silencio. Te busco entre las sábanas, camino por las paredes, y te reclamo prendida desde la lámpara. El caballito de mar y la estrella preguntan si estoy loca, les dije que no, cómo se les ocurre, les dije que solo tengo un antojo apremiante de ti.
Pero no apareces, y me obligas a calmar a la fiera de dentro con más mentiras. Pero no me cree. Mírame a los ojos: cómo crees que puedo mentirle, no es sencillo ocultar los fuegos. Nos despedimos tantas veces ya, que me es difícil recordar si por fin te fuiste o aún duermes sobre mi otra almohada. Discúlpame, le digo a mi fiera, pero eso no es suficiente, nunca lo será.
Tampoco hay café caliento, ni té verde, ni manzanas, ni queso panela, ni nutella, ni tocino... no hay nada y me desespero interminablemente. ¿Nunca te dije que te necesito para no morir?, o ¿que de todos mis abismos tú eres el más placentero?, ¿no lo hice?, pues no sé en qué estaba pensando. Mis voces tampoco llegan cuando hace falta, eso solo lo entiendo ahora, ahora que tengo antojo de ti, o de café caliente, pero tampoco hay.