Me levanté con tus ojos trabados en mi pupila y aún ando sin ver demasiado, o viendo demasiado poco. Ya me lavé la cara, pero sigues ahí, haciéndome cosquillas en el iris y caminándome por el borde de las pestañas y sentándote, dulcemente, en el lagrimal.
Me levanté hoy contigo en los ojos y me fuiste bajando por la nariz hasta la boca, por la boca hasta la garganta, y ahora, cada vez que hablo, pronuncio tu nombre.