sábado, 28 de enero de 2012


Un trocito de nube antecede tu tacto húmedo, porque las aguas astrales han venido a inaugurar el romance que nos empapa. Hay pocas cosas tan bellas en el mundo. Tú te mueves como un niño inquieto en las calles que brillan tras la lluvia. El frío nos cala los huesos. La gente observa desde las ventanas una vida que no quiere, esta ciudad no les dice nada. A nosotros sí. Al fin y al cabo, quiere darnos tiempo para despedirnos bien. 


Sobrevivimos a este lado de la vereda. Avanzamos ligeros, despojados, con los bolsillos vacíos. No tenemos nada salvo a nosotros mismos. Y eso nos hace felices. No lloramos de tristeza, amor, sólo lloramos. Sonreímos sin culpa, sin peso, sin temor. Nos hemos protegido así. Somos transeúntes queriéndonos sin prisa, invadidos de locura, clarividentes del cielo. Nuestro espíritu habita en las esquinas, reconoce las historias prendidas en la piel. Confiamos, invisibilizando anhelos. Entonces volvemos a brillar.