Tenías los ojos cansados, pero la sonrisa dulce y el candor intacto.
Sin explicarlo, supiste que te necesitaba, y viniste al rescate de mi alma y de mi piel.
Conversamos horas enteras. Nos reímos y reconocimos. Tratamos de agregar a otros, pero un mundo distinto giró solo para nosotros dos. Tu paciencia, tu delicadeza, tu cercanía, nuestras historias. Fueron tejiendo hilos invisibles a nuestro alrededor. Y solo al intentar irme, pude darme cuenta de la madeja en la que estábamos. Te abracé largo, largo. Me trataste tan bien. Nos prometimos un almuerzo o lo que sea, pero no podían pasar quince días más.
Me llamaste más tarde con la excusa del médico que chequea a su paciente, pero terminaste diciéndome que te había encantado pasar la mañana conmigo, porque era una persona luminosa. Y yo no supe qué responder. Tastrabillé en un gracias y en nombrar tus dones de dulzura, de artista y de eterna paciencia. Nos prometimos un vino. Pero ya ibas a casa. Y tu casa es lejos. Y tu vida es lejos. Y tus motivos. Y tus proyectos. Y tus sueños.
Fuimos dos personas somnolientas y cansadas ,que sin ganas de caretas, se entregaron un momento de dulce y alegre verdad.
Gracias...ahora puedo decir orgullosa....dulce amigo mío. Porque transformaste el estigma del dolor, en la más bella promesa de pureza , belleza y bondad. Y ahora, estará por siempre grabada como un escudo, como una luz, como una promesa, sobre mi piel, sobre mi tierra sagrada.