No sé qué me pasa contigo. Fue desde la primera vez que hicimos el amor. Tu olor se me quedó pegado al cuerpo y aunque me bañaba, seguía en trazas en cada rincón. Fue como si me hubieses marcado. Temía que si me acercaba mucho alguien, te sentiría en mí. Y tu olor me fascinaba, lo buscaba desesperada, lo aspiraba hasta marearme, entumecía mis sentidos y me provocaba tanto calor. Tu olor me puso en celo. Andaba gruñendo entre dientes, encendida de piel y boca, rogando por tu presencia luminosa en mi cuerpo que ardía por volverte a tener. Si me abrazabas me ponía en puntillas, hasta alcanzar tu boca y sentir tu aliento, devorarlo con mi boca, inhalarlo como una droga y sentir cómo me temblaban los pies. Y no me cansé de desnudarte, de hundir mi nariz en tu cuello,bajo tus brazos, entre tus piernas, tras tus orejas, entre tu pelo y comerme tu olor, apretarlo contra el paladar bien fuerte hasta sentirlo apoderándose de mi razón. Y me frotaba contra tí para que se quedara en mi cuerpo, para que se adheriera a mí. Y si te necesitaba, que era siempre, te buscaba en mi escote, en mis brazos, en mi pelo, en mis piernas, en mis manos, porque todo olía a ti. Siempre ensimismada y drogada por tu olor exquisito que me transformaba el día y las semanas. Desatendiendo razones para quitarte, para obviarte, para dejar esta adicción inconfesable, esta delicia bendita, este descubrimiento maravilloso.
Fue pasando el tiempo, lo imposible se hizo posible y seguimos caminando de la mano, amor. Y ahora puedo decirte que más que cualquier cosa en este mundo, más que el sonido del mar, más que el calor de mi cama en un día frío, más que un abrazo cuando quiero llorar, lo único que realmente me calma es sentir que estás.